6.1.13

Antes

Cuando tenía 13 pensaba que lo sabía todo y que el mundo era mío.
Empezaba a usar bikini y tenía la panza blanca pero eso no importaba, porque ahora ya era grande.
Me tiraba a tomar sol quince minutos y sufría. No me quería poner crema pero me obligaban. Y parecía que mi panza nunca iba a dejar de estar blanca.
Me regalaron mi primer celular, y tenía 10 contactos- 8 familiares- pero no importaba, porque ahora si quería podía hablar con chicos.
A los 13 me iba mal en un examen y sentía que se me venía el mundo abajo.
Pero eso me sigue pasando.
Me peleaba con alguien, me retaba una profesora, me arrepentía de algo y lloraba.
Pero eso también me sigue pasando.
Cuando cumplí 15 miraba hacia atrás y me reía de lo chica que era a los 13
Me ponía vestidos elegantes y tacos altos para ir a fiestas y todavía juraba que el mundo era mío.
Cantaba Dancing Queen y pensaba “qué lastima, todavía me faltan dos años para tener 17”.
La panza ya la tenía quemada, pero nunca la mostraba en los lugares en los que debía hacerlo. Iba a la playa con amigas para sentarme con la ropa puesta y anteojos de sol a mirar a los chicos que pasaban. Y no más que eso.
No estudiaba para un examen y decía que no me importaba nada. Pero después me daban la nota y lloraba a escondidas.
A los 15 me llevé mis primeras materias, y juré no volver a hacerlo.
Pero a los 16 me llevé materias devuelta.
Hacerme amigos era como un juego. Una competencia de “a ver quién habla con más gente al mismo tiempo por MSN” o “a ver quién saluda a más chicos en la puerta del Patio”
Pero si algún chico me sacaba a bailar en un boliche yo huía despavorida.
Obvio que sigo huyendo, porque nunca aprendí a bailar y me daría vergüenza que se rían.
Me burlaba de los RRPP con malicia y no me daba cuenta que yo misma me estaba convirtiendo en una.
El fin del mundo era que un chico no me diera bola.
Creía que me lastimaban el corazón… y no me daba cuenta que en realidad lo único que me lastimaban era el orgullo.
Me burlaba de los profesores. Me sentía canchera por contestarles mal.
Una vez llegué a decirle a una: “Callate porque te pego”.
Y es el día de hoy que me sigo riendo de semejante irreverencia.
Pero estuvo mal. Muy mal.
Me reía de todos en el colegio y no tenía idea que cuatro años más tarde los iba a admirar por su buena voluntad por enseñar a chiquitas hormonadas.
A los 12, 13, 14, 15 y 16  leía libros y no terminaba de entender porqué la gente se sorprendía.
Lo decía un poco avergonzada por las risas que generaba en mis amigas.
Ahora lo digo con orgullo.
Pero qué lindo que era (y qué lindo que es) volver las páginas de una novela más reales que la vida misma.
Mamá me decía que no me fuera a dormir tarde,
y yo me encerraba en el baño y leía hasta cualquier hora.
A los 12, 13, 14, 15 y 16 me preocupaba más por lo que creía la gente que no importa que por lo que pensaba la gente que realmente vale la pena.
Aun hoy a veces lo sigo haciendo.
Salía de ver una película de superhéroes y me gustaba imaginarme que era uno. Que era bruja. O que me iba a meter en un placard e iba a aparecer en un mundo paralelo. O que podía controlar el clima poniendo los ojos en blanco y el director de mi colegio era un señor muy serio, pelado, en silla de ruedas y con poderes psíquicos.
Pero eso también lo sigo haciendo.
Me encerraba en el cuarto y escuchaba esa música horrenda que pasaban en los boliches.
Ni que la de ahora fuera gran cosa… pero en esa época… Dios
Eso sí que no lo hago más.
Había que sacarse foto familiar y me tapaba la cara con vergüenza,
pero había que sacarse una foto con chicos y posaba como si fuera modelo.
Tenía que viajar en colectivo sola y- ah no. No viajaba en colectivo.
Me preguntaban qué quería estudiar y respondía “medicina” o “veterinaria”.
Estudio comunicación social.
Decían la palabra “política” y el cerebro se me apagaba.
Decían que estudiar era lindo y yo miraba con cara de horror.
Me hablaban de la facultad y yo me imaginaba repetir el colegio eternamente para no irme nunca de donde estaba.
Me peleaba con mamá por el simple hecho de pelearme.
Decía que estaba loca y que la odiaba.
Un chico me mandaba un mensaje y el día se volvía automáticamente mejor.
Ahora también… un poquito.
No me quería cortar las puntas del pelo porque quería tenerlo largo.
No soportaba las clases de filosofía.
Me subía la pollera del uniforme para que quedara más corta.
Creía que estar desprolija era más canchero.
Les mentía a mis papás sobre las cosas que iba a hacer a la noche.
Si en mi familia me preguntaban “por qué no estaba de novia” yo los miraba con cara de culo.
Los sigo mirando con cara de culo.
Me pintaba las uñas todos los viernes y todos los lunes en el colegio me hacían despintármelas.
Ahora que puedo hacerlo cuando quiera no lo hago nunca.
Me llegaba a vestir de negro para el día y me sentía una mamá.
Me tentaba con amigas en lugares públicos en los que tenía que comportarme.
Pero eso también me sigue pasando y creo que no va a dejar de pasarme nunca.

Es obvio que cuando tenga 21 voy a acordarme de cómo era a los 19 y me voy a reír porque todavía creo que me las sé todas.
Y cuando tenga 30 me voy a acordar de cómo era a los 21 y también me voy a reír de mi misma.
Y así sucesivamente.
Pero a los 13, 14, 15 y 16 pensaba que era lo más y al menos ahora sé que no lo soy.
A veces me agarraban dudas y me preguntaba si de más grande iba a seguir siendo así. O si contaría con orgullo todo lo que hacía.
Por supuesto que no lo cuento con orgullo… pero qué bueno que lo hice.

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