24.5.13

El poder de informar

Dejame que te cuente por qué mi trabajo es tan importante.
La información es poder, ¿verdad? Es así porque es un bien escaso al que solo unos pocos tienen acceso, y con la información se pueden hacer acciones: se puede decidir qué hacer y qué no, se forman ideas, se cambian realidades.
JJ Rendón, consultor político venezolano, dice que no involucrarte en la realidad de tu país es como estar muriendo desangrado pero no querer hacer nada porque claro, “la sangre te da asco”. Es exactamente lo mismo.
Entonces, despertate. Hacé algo. No dejes que las cosas sigan su curso solas. Involúcrate porque realmente, ¿cómo te miras al espejo sin culpa? Yo, al menos, no quiero crecer, tener hijos y que ellos me pregunten qué estaba haciendo yo mientras mi país se iba al tacho. Si no sos egoísta y te chupa realmente un huevo que las cosas estén mejor, entonces sé generoso y hacelo por el futuro de tu familia. Y me gusta creer que todavía hay gente honorable que lo haría por amor a la patria. Pero digo: a la patria, al Estado nacional. No al gobierno de turno.
Si leíste hasta acá y decidiste que querés hacer algo, nada mejor que empezar por informarte. Lee, investigá, analizá hechos que pasan todo el tiempo. Si hay algo que no falta en este país son novedades.
¿Para qué te va a servir, pensas? Puede que sea ingenuo, sí. Pero al menos vas a tener la conciencia tranquila de que sabías lo que pasaba, estabas al tanto de lo que te rodeaba. No te pido que salgas a la calle a protestar ni te pido que te metas en un partido político (aunque si queres, podrías hacerlo). Simplemente mantenete al tanto.
Y acá estoy yo, para que lo hagas. 

13.5.13

El ocaso del héroe


Un “buenos días” fue todo lo que necesité para entender. Pasó por al lado, con un caminar cansado y  la mirada triste y sentí algo que no había experimentado antes.
El gran señor que hace temblar a todos ya no es más quien solía ser. No sé. Lo miré fijo a los ojos, porque no puede ser que siempre que se me acercaba yo bajara la mirada. Y esta vez no solo la mantuve: por un segundo pude sentir su sufrimiento, su miedo, su dolor. Él no quiere envejecer más. Ya llegó a la cornisa de su vida y le es suficiente con mirar desde arriba. No quiere caer, no quiere sentir el vértigo como una punzada en el centro de su ser.
¿Pero cómo puede ser que antes imponía el miedo y ahora ya ni ganas de eso tiene? Disfruta que lo escuchen y también le divierte encontrar potencial en los jóvenes. Pero está cansado.
Su forma de caminar cambió. Su cuerpo no aguanta el peso como antes: tiene una faja alrededor de su cintura que se lo recuerda a cada minuto. Su mirada ya no te penetra.
Tiene unas ganas atolondradas de retirarse a descansar frente al mar, leer y leer y que nadie lo moleste. Escapar de esta ciudad.
Pero el deber llama y él no puede ignorarlo. Su sentido de seguir siendo quien fue es más fuerte. Espera que nadie lo note, que nadie observe cómo su cuerpo se ha deteriorado, porque el cuerpo es el mayor prejuicio y la peor barrera entre las almas.
Me duele saber que una mente tan poderosa esté encerrada en un cuerpo que tiene fecha de vencimiento. Me preocupa y me desespera. Pero no entiendo bien por qué, si lo supe siempre: al final, todos nos vamos de la misma forma. 

9.5.13

Ella sigue viva


La mano reseca empuñando el revólver. El brazo consumido y la piel que sobraba sosteniéndose por una soga invisible. El cuerpo diminuto; el cuerpo imponente por ese revólver. El semblante serio, el ceño fruncido, la boca bien cerrada. Los ojos dispuestos. Eso fue todo lo que vio. ¿Se entiende? No era una persona que sostenía un arma apuntando hacia ella. Eran la mano, el brazo, la piel, el cuerpo, el semblante, el ceño, la boca, los ojos. Por separado y al mismo tiempo unidos en ese potencial de muerte.
“Me marcó, no lo puedo creer. El hijo de puta me mandó a marcar”, decía aquel hombre que ante sus ojos ya no era su compañero de toda la vida. Un criminal, sí, eso era. Un mentiroso. Y seguro que no la amaba. Sino no lo hubiera escondido. ¿Pero qué es lo que la enojaba tanto? ¿El hecho o la mentira? “Dormí con vos todas las noches de mi vida durante 10 años. No sé qué decís, si el hijo de puta sos vos. No puedo creer que me expusiste a eso. Ese viejo me mataba”, lo acusaba ella.
Era una noche cualquiera, volvían de comer con amigos y no hacía frío; se soportaba con un abrigo ligero. Hacía mucho tiempo que no salían y la pasaban tan bien. Pasaron por el quiosco. Era obligatorio comer un chocolate antes de decirse buenas noches, y casualmente se estaba acabando el que tenían en su mesita de luz.
Él le decía riéndose y mientras pagaba: “Yo todavía no puedo creer la cantidad de boludeces que dice este tipo. Y cómo me hace reír con todas esas boludeces”. Ella también reía. Tenían un gran grupo de amigos. Pensó en lo simple que era sentirse bien y en cómo la felicidad son micro-momentos y no estados indefinidos del alma.
Caminaron media cuadra y una camioneta negra embistió con toda hacia la calle que venían. Frenó unos metros más adelante que ellos. Se abrió la puerta de la derecha, salió un tipo bajito, con un traje que le quedaba grande. La apuntó con la mirada penetrante y con un revólver en la mano. Ella pegó un grito casi sordo, él la resguardó con su cuerpo. Ella le clavó las uñas en los brazos. Hubo un silencio desgarrador que pareció eterno. De la nada, el tipo se volvió a subir al auto y en tres segundos había desaparecido de su vista. El corazón se le estaba por salir del pecho.
La mano reseca empuñando el revólver. El brazo consumido y la piel que sobraba sosteniéndose por una soga invisible. El cuerpo diminuto; el cuerpo imponente por ese revólver. El semblante serio, el ceño fruncido, la boca bien cerrada. Los ojos dispuestos. Eso fue todo lo que vio. ¿Se entiende? No era una persona que sostenía un arma apuntando hacia ella. Eran la mano, el brazo, la piel, el cuerpo, el semblante, el ceño, la boca, los ojos. Por separado y al mismo tiempo unidos en ese potencial de muerte. Su muerte.

1.5.13

Conducta en los boliches


A quien corresponda:
Mi nombre es Sofía, tengo 20 años (sí, qué loco, ya entré en mi tercera década) y me gustaría acercarle un par de observaciones con respecto al comportamiento masculino en boliches.
Para empezar, quisiera aclararle que mi análisis está basado puramente en experiencias, y por lo tanto, es absolutamente subjetivo. Con esto pretendo zafarme de juicios posteriores.
Hay dos tipos de hombres: los que van a bailar y los que no. Se sabe, porque la vida nos enseña, que quienes van a bailar son parte de una masa relativamente homogénea, que se nutre de sí misma o que al menos busca hacer eso. Resulta complicado separar a hombres que tienen intenciones reales de desarrollar una relación con mujeres de aquellos que tan solo buscan acción efímera.
Nunca faltan los que te frenan bruscamente, se te ponen a charlar, y como estás con una amiga, ves cómo el famoso “wingman” la intercepta. Así se inicia lo que se podría conocer como una doble pareja. Los cuatro salen ganando. Pero el problema está en que estos hombres ansiosos por carne femenina nunca tienen en cuenta los intereses de las muchachas en cuestión. Pongamos un ejemplo: el wingman se me acerca (para bancar a su amigo, pero posiblemente para conseguir algo él mismo) y yo le digo que me duele mucho la cabeza (lo cual es cierto, ¿por qué le mentiría con esa estupidez?). Su respuesta: “Quizás un beso pueda ayudar”. Mi cara: de orto. Su reacción: acercarse a mi cara. Mi respuesta: “Eh… me parece que no. Me voy al baño, chau”. Su cara: de orto. Su puteada: "La concha de tu madre".
Otros clásicos son los que te sacan a bailar. ¿Realmente piensan que me divierte bailar un rato canciones de mierda con un perfecto extraño? Encima se ofenden cuando la reacción de la mujer es negativa. Discúlpeme, buen hombre, pero no se lo tome personal.
Lo que todos los hombres que van a boliches deberían saber (aunque sospecho que capaz ya lo saben) es que nunca- nunca- van a encontrar a una mujer que valga la pena en un lugar así. Y si lo hacen, no les va a dar bola. Porque absolutamente todas las tácticas para conquistar a una mujer en antros con música fuerte rozan lo trillado-grasa-aburrido-ridículo-y otras categorizaciones imposibles. Y la mujer que vale la pena lo sabe perfectamente.
Espero que con esta carta se logre hacer algo al respecto. Mi preocupación ha alcanzado niveles altísimos y temo por la humanidad y su retroceso hacia lo animal.
Desde ya muchas gracias.