23.1.11

Tabula Rasa

Existen ciertos días en nuestras vidas, en los cuales es mejor empezar de cero. Hacer borrón y cuenta nueva. No soy la única persona que piensa así, yo entiendo mejor que nadie lo que es sentir que no hay más capacidad en el cerebro para incorporar conocimientos, o lo que es sentir que el alma no esta preparada para sufrir más cambios emocionales.
Es como si el cuerpo fuera una entidad aparte, o el cerebro un mapa que se va pintando según lo que va almacenando. Y cuando llega el momento de estudiar esa materia tan tediosa, que creemos que no va a hacer mas que pudrirnos las vísceras, entonces decidimos que no hay mas espacio en nuestros discos rígidos. Simplemente no vamos a aguantar llenar nuestras mentes con información tan innecesaria para nuestras vidas y para nuestro futuro. Entonces nos negamos, y nos distraemos con la primera mosca que nos vuela por encima. Y es así como esa misma mosca que mientras estabas acostada en la cama no te dejaba dormir, ahora es fascinante y te despierta todos los sentidos. Pero claro, no nos damos cuenta, que en realidad, la mosca sigue siendo igual de molesta, es solamente que ahora, nos conviene creer que es interesante y que vale la pena observarla volar.
El único gran problema que en realidad debemos afrontar todos, es el de darnos cuenta que solucionar estos conflictos es tan simple como limpiar la pizarra, borrar los colores que van llenando al mapa de nuestro cerebro, o simplemente desfragmentar nuestro disco rígido. Es tan sólo decir stop. Mirar hacia atrás, ver cuánto almacenamos, separar lo que sirve de lo que no, y así -sólo así- seguir adelante. No tengamos en cuenta hechos pasados, agarremos una tablilla nueva, insertémosla en nuestra cabeza, y hagamos de nuestras mentes una técnica de Tabula Rasa interminable. Amén.

19.1.11

Pandemia

Nunca en la vida había sentido tanto miedo. Le pedí por favor que se fuera, que no fuera egoísta. No me hacía caso. Simplemente me miraba con la mano apoyada contra el vidrio, y con esa cara implorante de piedad, con esos ojos enormes y tristes. Si entraba, yo me moría. Si no entraba, ella se moría. Era mi vida o la suya, mis diecisiete años o sus diez. Yo permanecía en la cama, atada a cadenas invisibles. Tenía miedo de moverme, tenía miedo de todo. Cualquier cosa que hiciera determinaría mi destino. Esto es un sueño, pensé. Esto es un sueño. No parecía uno, sin embargo. La pequeña me seguía mirando. Yo temblaba. Acercó su mano infectada a la manija de la puerta. Le grité que no lo hiciera. La torció 45 grados hacia la derecha. “No…”- suspiré, derrotada.
    De repente cambió la imagen. Me hallaba en el camarote de un barco. Había mapas, libros, relojes, lápices, brújulas; pero también había muchísimo polvo. Parecía estar abandonado. Y el barco estaba techado, era como un submarino. Cuando salía me encontré con Ana, que corría por los pasillos y gritaba de la desesperación. Decía que una niña rubia quería entrar, y pedía refuerzos en las entradas porque con solo poner un dedo dentro de la nave, moríamos todos. “No puede ser”, es lo único que pensé. ¿Cómo había hecho para salir del cuarto? ¿Qué había pasado con la niña?
    Ana se perdió en la oscuridad de los pasillos y yo seguí sola rumbo norte, según indicaba la brújula que había tomado del camarote. A medida que iba recorriendo el submarino, una sensación conocida me iba invadiendo. Era miedo, desesperación, sensación de encierro. La imagen de esa chica rubia apoyada contra el vidrio no se me salía de la cabeza. Me perturbaba.
    Al final de un pasillo bastante luminoso, encontré una puerta en donde se leía “Privado”. Me acerqué lentamente, con la certeza de que no por nada se leía esa palabra en la entrada. Pero cuando me hallaba tan solo a dos metros, oí voces. Eran conocidas.
- “No, llévate esto. Es mejor.”
- “Pero éste tiene mas colores. Me llevo los dos.”
    Toqué la puerta y la abrí sin esperar respuesta. Se me paró el corazón. Nunca en la vida había visto algo así. Era un salón inmenso, del tamaño de un supermercado, y tenia filas y filas paralelas de mesadas con espejos. Abajo había placares. Miles y millones de placares y cajones. Parecían no terminar mas. Y en el centro del salón, como por arte de magia, revisando, estaban Inés y Paz.
- “¿Que hacen acá chicas?”
- “Mira, esta lleno de pinturas, cajas y cajas de maquillaje sin usar, ¡agarra algo!” -me gritó, desaforada, Paz.
- No, ¿Qué hacen en este barco?
- No es un barco, es un submarino. Nos están salvando de la pandemia- contestó Inés, intelectual, como siempre.
    Me acerqué un poco para ver de que se trataba, y como si supiera de qué pandemia hablaban y como si todo fuera tan normal, me arrodillé y me puse a buscar un delineador negro, que me venía haciendo falta.
    Resulta que este salón había sido de la dueña anterior del submarino, una vieja actriz o algo así. Había muerto a causa de la enfermedad y su cuarto de belleza estaba intacto. “Nos dejaron llevarnos todo lo que quisiéramos”, me explicó Paz. Nunca me dijo quiénes las habían dejado. Tampoco quería saber.
    Apagón.
    Aparecí en la cama, nuevamente; la chiquita mirándome fijo, nuevamente. “Esto es un sueño. Y se acabó.” Entonces me desperté. Estaba en la cama, sudada de pies a cabeza, clavando las uñas en las sábanas, con un dolor insoportable en las sienes. Me acordé, y levanté la vista hacia la ventana. Se veía el cielo; y no había ni rastros de la niña rubia.
    Pero la manija estaba corrida… 45 grados hacia la derecha.

18.1.11

Volábamos

Todavía recuerdo la época en que volábamos. Nuestra divina inocencia nos limitaba; pero también nos protegía de la maldad a nuestro alrededor. Volábamos, nuestra cabeza se desprendía tan fácilmente de la realidad que era como si viviéramos en un zapping de canal permanente. Prescindíamos de todo y nos preocupábamos por nada.
Eran esos años en los que la preocupación más grande implicaba únicamente que el alfajor se cayera al piso. Cambiábamos de amistades como de bombacha, nos peleábamos y nos amigábamos con igual fervor. Mi mejor amiga era la que me acompañaba al quiosco en el recreo. Volábamos; no existe otra palabra. Éramos como pequeños aviones de papel, frágiles, con un rumbo impreciso, incierto.
Darse cuenta de las cosas es en la mayor parte de los casos una condena; por eso quisiera volver a volar, quisiera no tener un cable a Tierra, quisiera ser ajena a la realidad circundante. No me olvido más mis aventuras por Callao y Juncal. Casi todos los días pasaba por ahí con mi tía, que llevaba un paraguas, y siempre me subía a los tres escalones que hay ahí en la esquina. Entonces yo abría el paraguas y saltaba. Creía que me iba a convertir en Mary Poppins. Lo interesante es que no me cansaba. Día tras día volvía a tirarme por los escalones, convencida de que un día iba a despegar vuelo y me iba a ir flotando.
No se puede volver a sentir eso, ahora nuestras mentes están contaminadas y lamentablemente somos realistas y muchas veces malvados, retorcidos. No se puede estar en el mundo sin ser parte de él; tarde o temprano uno termina involucrándose.
Que bueno sería que todos pudiéramos ser niños. Ojala pudiéramos encontrar un avión de papel que nos lleve a un vuelo placentero, pero seguro.
¿A dónde se fue esa divina inocencia?

16.1.11

Deus Ex Machina

Mi problema, entre otros, es que veo al mundo emocionalmente pero me manejo prácticamente. No concuerda lo que siento con lo que hago. Sigo normas solamente porque me fueron impuestas, respondo cosas que la gente espera que responda, me ato a leyes preestablecidas.
Pero por suerte, de vez en cuando, soy una mujer que se muestra tal cual es, sin rastros de aquella capa protectora que los demás creen y quieren ver constantemente. Y así, me convierto en una de las pocas personas, que, por ejemplo, se cruza con una bolsa de consorcio en el medio de la calle y en lugar de pensar en la contaminación del medioambiente, se imagina la escena de un crimen siendo esa bolsa el lugar donde se esconde el cadáver exquisito. Y así, también, soy una de las pocas personas que ve humanos en la gente, no solamente caras. Me imagino en qué están pensando, si están felices o tristes, y aún mas: qué les pasó, porqué tienen esa cara. Vivo de las historias. Sin ellas, no sería nadie. Mi vida es una historia, cada capítulo lo cierro cuando tengo ganas. Hay subtítulos y capítulos y tomos y libros. La historia de mi vida. ¿Qué haría, por ejemplo, si no pudiera creer que soy protagonista de una novela? Yo soy mi propia protagonista, yo le pongo ese matiz al personaje. Ese matiz que el crítico después juzga por la intensidad, la superficialidad, o la exageración.
Y sin embargo, sólo soy quien soy cuando estoy sola. Solo yo sé mas o menos quién soy y quién quiero ser, los demás nunca van a poder verlo, porque en cuanto me ven, vuelven a esperar que siga las normas que me fueron impuestas, que responda lo que ellos quieren, que me ate a normas preestablecidas…

6.1.11

Malestares

    Suele comenzar con una leve indigestión- a veces no tan leve- que se termina esparciendo por casi todas las partes del cuerpo más vulnerables. Sé cuando esta por pasar porque se me quita el hambre; me siento en la mesa y no puedo tragar nada por mas que lo mastique cien veces. Otros de los síntomas son la baja de presión, el cansancio inexplicable, un agitamiento constante en el pecho que no me deja dormir ni tampoco pensar con claridad. Cada vez que me encuentro ante este malestar me acuerdo del gran escritor Julio Cortázar, porque siento que en cualquier momento voy a vomitar algún conejito blanco.
    El malestar suele volverse tan insoportable que me resulta imposible tolerar lo que me rodea, y mi cabeza sólo piensa en lo que me provoca semejante desequilibrio. La causa suelo saberla desde antes; tengo una habilidad para darme cuenta. Lo que no puedo hacer es prevenir lo que pasa después de la primera fase.
    Creo que el peor de los síntomas es el repiqueteo constante del corazón contra el pecho. No pasa ni un segundo en que se quede tranquilo y ni un minuto en que no sienta que se me sale por la boca. Me carcome la cabeza porque mis pensamientos se llenan de eso que me provoca todo y así se filtra inconcientemente por toda mi existencia. Y entonces empieza la verdadera tortura, porque no puedo decir ni tres palabras sin que no me acuerde, entonces es ahí que me doy cuenta que no hay vuelta atrás. De esta forma ya sé que lo que ocurra a partir de ese momento me va a dejar una marca de por vida. Saberlo me hace doler la cabeza, me hace doler la panza y me hace desvelarme todas las noches.
    Me gustaría saber en qué pensaba Dios cuando inventó los síntomas del enamoramiento.

3.1.11

Crónica de cómo perdí mi alma en la Tierra

Con el corazón destrozado y el alma en pedazos me eché a andar por las calles de Barcelona; decidí dejar mi destino a elección de alguna fuerza mayor. Todo lo que en aquel entonces me había parecido tan lúcido, tan bello, tan lleno de vida, hoy se me antojaba apagado, lúgubre y muerto. Agarré por las ramblas y me deslicé hacia abajo sintiendo mi órgano vital latir en mínimo de potencia. Mis pies se movían solos, vivir se había transformado en un acto involuntario el cual antes quería aprovechar, ahora mi único objetivo era sobrevivir. Vi una florería, tantos colores y al mismo tiempo tanta monotonía, es que mis ojos sólo reflejaban el dolor de la pérdida y por lo tanto miraban cuanto transmitían. Mi vista se posó segundos después en la esquina de un café…no recordaba haberlo visto antes. La gente conversaba en sus respectivas mesas; ancianos tomando té en silencio, madres agitadas sacudiendo sobres de azúcar con el sonido de sus mil pulseras en la muñeca; jóvenes adolescentes con uniformes escolares estudiando o simulando eso; tantas personas viviendo felices, siendo ajenas a mi propio padecimiento. Finalmente mi recorrido terminó en una plazoleta y una fuente de agua, que irónicamente estaba seca. Al sentarme en el borde oí mis huesos quejarse por la artrosis temprana que había desatado durante mi juventud; un dolor indescriptible me carcomía cada vértebra del cuerpo y me deterioraba cada vez más, minuto a minuto.
Cerré los ojos por un instante y comencé a ver de nuevo aquellas imágenes que me habían quedado guardadas en el ático de la memoria. Eran de esas a las que sólo se recurre en situaciones extremas. Aquella lo era, ciertamente. La vi a ella; la sentí. Recorrí su cuerpo. Su pelo colorado tan oscuro, tan distintivo, tan largo, tan inmensamente fuerte como ella lo era; sus ojos color ceniza, tan profundos que eran capaces de mostrarte todo con verlos, y que me hacían sentir que podía hacer todo por ella y podría llegar hasta el fin del mundo con tal de hacerla feliz; su nariz tan recta y perfecta, sus labios tan finos y delicados; su tez blanca como la nieve y suave como la seda. Visualicé sus curvas, su exquisitez a mi modo, su belleza tanto exterior como interior, las razones por las cuales perdí la cabeza por ella. ¿Cómo Dios no me advirtió de lo que iba a pasar? ¿Cómo pudo ser que mi felicidad fuera tan efímera? Es que muchas veces no entendemos las jugadas que hace Dios para nosotros. Realmente intento comprenderlas pero no logro hacerlo. Eso me desquicia tanto. Y automáticamente después de ese momento de infinita paz en el cual la volví a tener, vino lo peor. Se me impuso la furia del gigante, la furia de la velocidad y del metal…de aquello que había terminado con su vida; y con una parte de la mia misma. Inmediatamente sentí que una bestia en mi interior cobraba vida y quería escaparse para cobrar venganza. Pero mi conciencia, le dijo a mis impulsos que me calmara, que no podía hacer nada en contra de lo que había pasado, mas que lastimar a más personas. La bestia entró en razón y se calmó. Pero no podía dejar de imaginar el momento en que el auto se descarriló y voló por los aires…no podía dejar de escuchar su grito pidiendo auxilio…no podía dejar de escuchar sus últimas palabras “no me dejes”, no podía dejar de sentir el remordimiento por haber sido el culpable de su muerte. Necesitaba sacarme de encima ese daño espiritual y psicológico de alguna manera. Debía acabar con todo. Sentí un sueño incontrolable de repente, sentí ganas de acostarme al borde de la fuente a descansar. Sí, ridículo. ¿Y qué? Si no quedaba más nada… fue entonces ahí cuando los ojos me cayeron como cargados con plomo…sentí paz… y después todo fue oscuro.

Luna

Recuerdo como si fuera ayer el día en que llegaste a la familia. Hacía ya bastante que venía yo ansiando tener un perro; hasta que mis abuelos me dieron la noticia: cuando Abu regresara de Las Grutas, te incorporarías a la familia. Poco sabía yo que ibas a ser vos, mi inigualable Lunita. Estuve como dos semanas sin parar pensando en que nombre ponerte: Lola, pero era “muy zarpado”; Lula pero era “muy difícil para decir”; y así sucesivamente. Hasta que se me ocurrió Luna. Ya se que no es el mejor nombre que podría haber elegido, pero perdoname, estaba en quinto grado y no tenía ni idea que años mas tarde me iba a arrepentir de él.
En fin, el gran día llegó. Estábamos en casa todos, incluyendo a una amiga y su mamá, y yo ya no sabía que mas hacer para distraerme y hacer que el tiempo pasara. “Cuando te divertís el tiempo pasa mas rápido…juguemos a algo”- me decía la chiqui. Pero es que no podía hacer otra cosa más que asomarme por la ventana y ver si el volkswagen country gris aparecía para estacionarse. Tocaron timbre y casi se me sale el corazón por la boca. Pero según mamá “era la pizza que había pedido”. Cuando se abrió la puerta de casa apareció mi abuelo con una sonrisa de oreja a oreja, y atrás mi mamá como reviviendo su instinto maternal mirando con amor a una cachorrita color beige del tamaño de mis manos. Empecé a gritar y saltar y automáticamente quise alzarte. Lo que sentí en esos momentos fue indescriptible, sentí que iba a tenerte para siempre, que a partir de ese día ibas a ser MI perrita y de nadie más. Desde el primer momento ya te torturaba, te subía a la bandeja para llevar comida y te daba vueltas por la casa…ya desde que te conocí entré en confianza y te usé como “conejillo de indias”.
Me acuerdo de llegar del colegio todos los días y abrir la puerta de la cocina, y que vos aparecieras corriendo, con las orejas rebotándote en los ojos y las patas resbalándote por el piso…e instantáneamente yo me tiraba al piso y vos me lamías entera la cara. Me acuerdo de estar en mi cuarto para irme a dormir y escuchar tu llanto y tus rasguños en la puerta. Me acuerdo de ir de viaje todos los años y siempre pasar por el “Petsmart” y comprarte algo. Me acuerdo de la cantidad de ropa/zapatos/barbies que me destruiste…la cantidad de veces que ensuciaste la casa…la cantidad de veces que rompiste la alfombra o que measte el sillón, y puedo seguir…Me acuerdo tu cara de consternada cada vez que sacábamos la correa para ir a pasear…digna perra habrás sido que te tirabas en el medio del pasillo y hacías fuerza para que no pudiéramos llevarte hasta la puerta…solo arrastrarte. Me acuerdo de estar en el country con vos y yo ponerme a llorar de solo imaginar que te perdería…
Toda la vida desde que estuviste conmigo me imaginé terminando el colegio y estando vos viva, acompañándome. Lamentablemente ese sueño no pudo hacerse realidad, porque te fuiste antes de lo esperado. No se en donde estarás…pero estoy segura de que ESTÁS. Porque fuiste querida por muchas personas. Y ese amor que sentimos hacia vos no fue cualquier cosa. Para mis abuelos fuiste como una hija…y en parte creo que ese fue el error, por eso les costó y les cuesta tanto saber que no estás. Pero al fin y al cabo, ¿lo disfrutamos mientras viviste o no? Obvio que si, y eso es importante.
Te quise te quiero y te voy a querer siempre Lunita. No tengo palabras para decirte cuánto influiste en mi vida. Si, ya se, sos un animal, pero de todas maneras me cambiaste y me marcaste…no solo a mi sino también a muchas personas de mi familia. Nunca me había tocado vivir la muerte de “tan cerca” y hasta a veces pienso qué estúpido debe ser extrañar tanto a un simple perro. Pero para mi fuiste mucho mas que eso. Para mi fuiste mi amiga-en cierta forma. Y aunque no me hayas podido dar consejos ni menos entender mis problemas…me hiciste feliz. Y al final, eso es lo que cuenta.