29.6.11

On the silent wings of writing

Ciertos días me vienen arrebatos de inspiración y siento que hasta que no escriba no voy a poder hacer nada más. Es difícil de explicar, y como ya dije, quizás quienes también escriban me entiendan mejor, pero es que escribir no es algo que pueda forzarse. 
Cuando escucho canciones con letras inexplicablemente buenas tengo alucinaciones y quiero componer, pero después me acuerdo que no se tocar la guitarra, no se tocar el piano, no se tocar ningún instrumento que sea merecedor de acompañar a una buena letra- digo esto porque la flauta dulce no me parece válida.
Después sigo con el empeño en escribir al menos algo para que después alguien le ponga música; pero al final no me queda opción más que reconocer que no tengo talento para la literatura en versos. 
Entonces me abstengo a la prosa, de cualquier tipo. Solía pensar en situaciones imaginarias, generalmente un tanto trágicas, pero después aprendí que no hay mejor forma de ensayar que haciéndolo desde lo propio. Esto lo digo porque canalizar todo lo que me pasa mediante el simple hecho de pulsar los dedos sobre el teclado me tranquiliza. Y no es un decir, porque realmente lo hace. Aunque tenga un millón de conocimientos metidos a la fuerza en la cabeza, cuando escribo es como si encontrara nuevos rincones en los que retener la información. Lo más sorprendente es que escribo de lo que sea, como me está pasando ahora, que estoy escribiendo de escribir pero en el fondo no estoy escribiendo de nada en particular. Repito: es el simple hecho de dejar fluir mis pensamientos libremente, y a medida que se van formando, ir plasmándolos.
Pero como bien dije al principio, son tan solo arrebatos. Los tiempos no son manipulables, llegan y terminan solos. Y así como hace unos minutos vino la inspiración divina, se acaba de ir. 

27.6.11

Waiting for God.

Siempre tenemos un motor encendido en el fondo de nuestras almas que nos impulsa a seguir adelante. Ante las adversidades, ante el dolor y ante el trabajo duro, siempre existe en contraposición un objetivo a alcanzar.
El mio comienza el día 16 de julio, cuando vea el amanecer por entre las palmeras y sienta ese calor que te pega la ropa a la piel. Es ese calor que te hace odiar pero amar el verano. Después, espero el momento en que piso la alfombra mullida, me arrastro hasta la cama, y agradezco por finalmente estar ahí.
Pasados los primeros momentos, llega lo mejor: caminar por ese suelo resbaladizo, que la arena se me meta por entre los dedos, quemarme un poco hasta llegar al agua, y finalmente refrescarme con ese mar de temperatura del cielo, que no congela ni quema, pero refresca. Entonces cerrar los ojos, que el viento me corra por la cara y me despeine toda, sentir el olor a mar, el olor a algas marinas que tanto asco me da pero que parece decirme "sí, finalmente estas aca", y que entonces por unos instantes agradezco estar oliendo. Tocar el agua con las manos, para comprobar esa temperatura perfecta. Y caminar, escapar de la llegada del agua a la orilla, o de repente meterme un poco más y que el agua me salpique toda, me salpique hasta las rodillas y me moje toda la ropa. Reírme, reírme de todo lo que me rodea. 
Esos son los momentos en los que pienso que la naturaleza es la prueba viviente de la existencia de Dios.

16.6.11

Instrucciones para subir una escalera de Julio Cortázar

 Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
   Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
   Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.









Esto no es obra de un escritor cualquiera. Homenajeado luego de muerto- como suele suceder con aquellos que fueron grandes pero incomprendidos en vida- Cortázar es considerado uno de los máximos exponentes de la literatura hispanoamericana contemporánea. Se lo merece, y si no lo creen... bueno, suban y vuelvan a leer. Simplemente perfecto.

7.6.11

Describir el escribir

Inspirada en lo que leí de los demás, siempre me pregunto en cómo escribo. Porque recibo halagos, pero nunca me pongo realmente a pensar en cómo es que logro unir unas palabras con otras para formar escritos que realmente tienen tanto sentido para mí. Y lo más impresionante es que no solo tiene sentido para mí, sino que incluso para otros también.

Me siento en la silla con las manos en el teclado, o me tiro en la cama con cuaderno y birome en mano. No importa el tema, empiezo con algo y me dejo llevar por el bendito fluir de conciencia. Entonces las palabras comienzan a salir solas, mis dedos se mueven automáticamente presionando cada tecla o marcando las curvas sobre el papel. Entro en un trance hipnótico que no termina, escribo cada párrafo y lo releo. Borro, tacho, corrijo. Escribo, escribo, escribo.

Y cuando llego al final vuelvo al principio y leo todo. Y me sorprendo a mi misma, porque no puede ser que haya sido yo la que escribió eso. No se, es difícil de explicar, tal vez quienes disfruten de escribir se sientan como yo, pero no es lo mismo hacer un ejercicio de matemática, porque tiene su explicación, tiene su lógica el camino tomado para llegar al resultado. Pero la realidad es que no hay ninguna explicación coherente para el uso que le doy a las palabras; es como si me poseyeran en cuanto quiero escribir, y después veo lo que hice y no puede ser que haya venido de mi.

Entonces se puede decir que estoy orgullosa de mi misma, pero aun no lo creo.

1.6.11

Sin abandono

A veces me pongo a pensar en algunos hechos, acciones de personas, gestos... Y me vienen dudas, porque no se si son reales o no. ¿Cuál es el trasfondo de tanta bondad? O tanta maldad, para el caso. Es complicado escribirlo, se me hace imposible poner mis instintos en palabras, pero ayer en teatro el profesor dijo algo muy importante: es fundamental aprender a usar las palabras para explicar lo que nos pasa. No solamente para describir situaciones, anécdotas. Sino para realmente poder decir qué es eso que nos agobia, eso que nos humedece los párpados, eso que nos eleva las comisuras de los labios.
Entonces me acuerdo de otro profesor, el de Antropología, sin ningún motivo en particular. Y se me vienen a la cabeza los sentimientos. Posiblemente sea difícil determinar qué es lo que siente alguien más, pero de una cosa estoy segura, y es que los sentimientos propios son reales. Se los puede ocultar, camuflar, evitar. Se puede mentir sobre ellos, se puede hacer una burla a uno mismo, se pueden negar. Pero que siguen estando... siguen estando. 
Y si uno los dos párrafos anteriores, palabras + sentimientos, se puede llegar a dar algo realmente increíble: admitiendo que se siente algo, y encontrando la palabra adecuada para ese torbellino interior de emociones, los sentimientos se vuelven controlables, o al menos manejables en cierta forma; y así se llega al equilibro.


Me acerco la remera a la cara y todavía puedo sentir un aroma que me lleva al pasado. Y entonces pienso que sí, definitivamente, negar lo que siento sería estar ciega.