17.11.16

Cuentas regresivas

Está sentada en la arena húmeda con la cabeza apoyada en el hombro de su amiga. Tiene puesto un vestido blanco de fiesta que se le está ensuciando, pero no le importa. Su vaso de cerveza tibia y sin gas descansa a un costado. En el cielo explotan algunos petardos, algunos solos, otros en cadena. Son intermitentes desde hace 4 horas, cuando el sol empezaba a irse. Unos pocos echan chispas después de callarse, son estrellitas extinguiéndose. Como tapado con almohadón, ambas sienten resonar el suelo de música latina a lo lejos, hacia atrás. Clara empieza a escupir una risa seca, entrecortada.

“¿De qué te reís?”

“Del palo borracho de mi vieja. ¿Te acordás? Ese que nunca supimos si lo que tenía adentro eran caracoles o arroz, que cuando lo girabas parecía ruido de lluvia”

“Sí, me acuerdo”

“Bueno. Olvidate de la música y tratá de sentir las olas con los ojos cerrados. Es eso. Mucho más que ruido de lluvia”

Ambas se quedan a ciegas escuchando cómo las olas rompen y se deshacen cerca de sus pies.

La gente que está atrás grita a cada rato, todos juntos gritan, como festejando un gol o festejando que una pelota de ping pong entró en un vaso.

Ellas siguen sin decirse nada, de a poco van abriendo los ojos en medio del silencio cercano y el caos que las persigue y les toca la espalda. El caos siempre las persigue y les toca la espalda, ellas lo saben, pero siempre quedan al borde, en el abismo, a punto de caer pero sin morir, juntas. El agua les ruge cuando se acerca pero cuando está llegando la espuma se deshace y se disuelve.

“Parece gas. Como de cuando abrís una Coca muy batida”

“Para mí es más tipo champagne”

“No me hables de alcohol que largo todo”

Se ríen sin sonido. Quieren seguir sintiendo el mar en sus venas y el olor a sal en su nariz.

Clara mira la hora de su teléfono y suspira. Una vez más, están por saltar al vacío simbólico de un nuevo momento en sus vidas, juntas. Son años y años de vivir lo mismo, del ritual inexorable y mentiroso pero intenso, feliz, abrumador.

“En cualquier momento”.

Ambas miran al cielo y su infinitud. Su luz se duerme y se enciende. Atrás se escuchan gritos entonados.


“Diez. Nueve. Ocho, siete, seis. Cinco, cuatro…”

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14.11.16

Un jueves como cualquier otro

Te veo mirarme mientras movés los labios. Sonreís un poco, tomás un trago. Yo observo en silencio todos tus movimientos, casi coreográficos, las frases hechas, todas hechas. Pero no me importa. Viví esta situación una y mil veces, pero como cada vez, esta parece distinta. 

La música está un poco fuerte y vos tenés que hablar fuerte. Estoy casi encima de la mesa, tratando de no quedar mal preguntandote “¿Qué?” todo el tiempo. En la mesa de al lado 10 pibes tienen dos jarras de cerveza y brindan, festejan, gritan. 

En ese bar la gente festeja con volumen, en música y en alcohol. Yo tomo mi cerveza de a tragos, con tranquilidad, un poco arrítmica a la feliz desorganización que me rodea. La mesa de madera está toda pegoteada pero no me importa, a esta altura no me importa nada. Solo quiero prestar atención a cómo vos movés los labios y me mirás fijo, penetrante, con esos ojos eternos.

No sé bien de qué hablás, quizás de tu mamá o de tu hermano, de tu relación con tus amigos o de tu ex novia. Solo sé que me estás contando algo que cuesta decir, no encontrás las palabras, tenés que tomar un trago con cada silencio para pensar bien en cómo decir lo que sentís. Son sentimientos guardados bien adentro, que no salen muy seguido y por eso cuesta encontrar el lenguaje que los transmita. 

A mí me fascina verte usar las palabras incorrectas para después corregirte.

“Y a veces me da bronca. Bueno, no. Bronca no… impotencia”.

Me da una puntada en el medio del pecho pensar que me estás contando estas cosas y que mientras me las contás tus ojos brillan acuosos. 

Si lo pienso un poco mejor, sé que siempre es así, siempre es la mejor parte. Después viene la tormenta, pero así, en medio de la luz que se refleja a medias en este bar en Palermo, quiero creer con todo mi corazón que vos sos perfecto y siempre vas a serlo. Aun cuando conozca las imperfecciones que ahora parecés no tener, quiero creer que vas a seguir siendo perfecto.

Te doy la mano y suspiro. Vos, con un dedo, me acariciás la palma, muy despacito. El corazón me late a mil por hora. Siento una aguja clavada en el medio del pecho. Si me veo a mí misma desde afuera, la aguja pincha más todavía. 


Esto es una película y es la vida, pero la vida siempre es mejor que las películas. El encuentro absoluto y la simbiosis en medio de tanta música y alcohol. Yo pienso: no importa quién esté en frente, no hay nada como estas confidencias; no hay nada como estos susurros dichos a los gritos.