17.11.15

Como Baztán

Le gustaría ser uno de esos hombres que simulan ser inmortales, a quienes la banalidad de lo cotidiano les resbala, lisa y llanamente. Esos que miran con desdén los objetos de la Tierra, creyéndose superiores en su despojo.
O le gustaría ser como Baztán. 

Quisiera ser así, pero no puede dejar de buscar algo
sin saber qué
con desesperación.

Acepta su condición de mortal, apegado a todo y nada, y elige 3 categorías.

Uno:
Arrastra desde abajo de su cama la cápsula del tiempo llena de fotos de la era analógica, cartas de novias del pasado, hojas y servilletas con pensamientos que el viento- o internet- no lograron arrastrar consigo al vórtice de lo infinito.

Dos:
De su escritorio elige un cuaderno Moleskine sin estrenar, una resma de hojas lisas, muchos lápices 2hb, un sacapuntas, ninguna goma de borrar. Lo que quede escrito de ahora en más, quedará escrito para siempre.

Tres:
Se sienta frente a su biblioteca personal de Babel, y con dolor, se obliga a elegir el top 10, a hacer una purga dolorosa para la prosperidad:
La isla del tesoro, La Tempestad, Momentos estelares de la humanidad, Crónicas Marcianas, La condición humana, El origen de las especies, Pequeño Larousse Ilustrado, En busca del tiempo perdido, tomo 1, Ficciones, Utopía.

¿Qué más, qué más? Olfatea desesperado entre su ropa, ¿qué más va a necesitar? ¿Qué ropa?
Una campera de polar, un pantalón cómodo, 3 calzoncillos? Medias? Traje de baño? Ojotas? Cuántas remeras? Qué llevar puesto?

Solo se lleva puesto su mejor traje.

Despierta a Baztán. Le pone su correa azul mordida y deshilachada. Por primera vez lo mira con el cariño paternal con el que ciertos dueños miran a sus mascotas. Baztán bosteza, él sonríe. Desata su correa, desata su collar. Lo mira fijo, con la locura que corresponde y los cachetes húmedos, y le dice con firmeza: “Hasta que no perdes todo, no sos realmente libre. Yo no soy capaz de hacerlo, así que hacelo vos por mi”.

Con su mochila cargada de libros, hojas, lápices, fotos, sube al transporte que lo espera.

Baztán lo mira fijo y mueve la cola, incesante, como siempre, listo para la aventura. 

3.11.15

Papeles en el viento

No sabe dar un paso más.

Aunque creó el universo de la nada misma

No puede sentir lo que nunca sintió.


Hace de sus defectos los nuestros

Humano, demasiado humano.


Si tan solo fuera menos humano,

Si pudiera volver a la vez primera.


Duele que el dolor sea de papel, de plástico, de cartón, de vidrio

Duele que el dolor no sea de verdad.


Nunca pudimos ser lo que fuimos en secreto

La historia no avanzará más.


Su recuerdo todavía me persigue

Porque algo así es el susurro:

“Todos los secretos,

Todos los secretos te llevaste con vos”

22.9.15

Fogones

El aliento del sol todavía acaricia sus caras. Ángeles tiene puesto un buzo de hombre y le queda grande- es su buzo. Sonríe sin querer y fuerza los labios para disimular. Tiene olor a ropa recién lavada, es olor a él, y no sabe si eso le gusta o le da ganas de vomitar. Está severamente confundida porque no entiende si es una cosa o la otra. Se enrula su pelo largo y rubio, distraída. Se refriega el buzo por los brazos como dándose calor, sin estar segura de por qué lo hace. Él la mira fijo de a ratos desde la otra punta de la ronda, llamas de por medio, y ella busca con sus ojos el romper de las olas, evitándolo. Lo odio, lo odio, ¿por qué me mira así, qué le pasa? Es un tarado. De fondo suena una guitarra desafinada, intermitente. 

Están en la mitad del verano y Ángeles no entiende. No entiende a este chico raro, demasiado flaco, que cuando se tira de cabeza en la pileta cae con las piernas sueltas para todos lados. A ninguna de sus amigas le parece lindo, y a ella tampoco debería parecerle. Toda su ropa le queda grande. A veces prefiere irse a dormir temprano, prefiere no jugar partidos de fútbol y quedarse charlando con ella sobre El señor de los anillos, que los dos están leyendo. A veces prefiere jugar a las cartas que jugar a la play. Él la tira a la pileta, ella trata de tirarlo a él y terminan cayendo juntos. Le dice que es fea, le tira del pelo, es a la única que le contó que su mamá está enferma. Se burla de su ropa, le dice que usa rico perfume, juega a ahogarla en el mar. Discuten sobre la dudosa lealtad de Snape y después no se hablan por dos horas. Ella le dice que es un rata, porque todas sus remeras tienen agujeros, pero cuando él va al parador siempre le trae un Torpedo de limón de regalo. Tiene pelo negro. Tiene ojos negros y misteriosos. Es un chico raro.

Poseída por la sal se para y se acerca a la orilla. El agua está tibia, y eso le gusta. Le dan ganas de volver a meterse, aunque el viento que corre empieza a enfriarle la piel. No se da vuelta, mira fijo el horizonte naranja que se disuelve, con fuerza, convencida de que algo está por pasar. Cierra los ojos, se cruza de brazos, se obliga a no volver a la ronda hasta que no venga alguien a buscarla. Sabe que están todos acostumbrados a que haga esas cosas, y en general nadie la va a buscar cuando se aísla, pero ella quiere algo muy concreto esta vez. Va a pensar que solo quiero llamar la atención y que soy una tonta, va a pensar que solo quiero llamar la atención y que soy una tonta. Se está por ir, derrotada, y en eso alguien le toca el hombro. Ella tiembla. Abre los ojos, se da vuelta y no puede evitar sonreír. Es él, que también sonríe. Es él, que la fue a buscar. Se quedan así un rato, mirándose sin vergüenza, como nunca se animaron a hacerlo. Cae en un pozo de arena movediza. Se le aflojan las piernas, la realidad se desdibuja, las olas dejan de romper, todo se pone en foco y se empaña a la vez. 

Le tiemblan las manos, un poco por el frío y un poco porque el corazón le late tan rápido que se replica en todo su cuerpo. Las esconde en los bolsillos. Pocas veces en la vida tenemos la sensación de que esta por pasarnos algo trascendental. Este es uno de esos momentos. “Ángeles”, le dice. Ella se queda en silencio y baja la cabeza. Tiembla, tiembla muchísimo. “¿Te puedo preguntar una cosa?”.

12.9.15

Nox

Dormir profundamente es un placer que desconoce. Nadie le explicó que estar quieto también es estar vivo. Llega a su monoambiente después de semanas, consume el olor a encierro y levanta las persianas, por donde entra una brisa que le enfría los cachetes, pero solo la parte de arriba. Le da oxígeno a esa pecera en donde se mueve solo unos días al año. 

Se acuesta en su cama, se tapa, mira el techo con manchas negras de humedad y suspira. En su cabeza está el traqueteo monótono de los andenes contra las vías, incesante. Con cada imperfección en la ruta él abre los ojos, y vuelve a ver el moho. En ese camino al inconsciente su cuerpo da saltitos, al ritmo de ese tren arrítmico que se volvió su hogar. 

Está en un limbo entre la vida y los sueños. La vida, y los sueños. Le gusta contraponerlos a ambos como si fueran enemigos, y repetirlo una y otra vez hasta relajar sus músculos. Su existencia está cortada en dos. Andar/ / / / / / / estar quieto. La vida/ / / / / / /  los sueños.

Se acostumbró a estar alerta, a descansar poco y rápido, a no dejar que su vista se fije demasiado en un mismo lugar, porque ahí es cuando los párpados empiezan a mecerse y acariciarlo con tanta suavidad que de un momento a otro está dormido y ni siquiera se entera. Para él, soñar bien podría ser morir. Técnicamente, no le queda otra que convertir en rival a ese verbo sórdido.

Cuando ya está navegando en ese intermedio, las sombras de su cuarto se distorsionan, los ruidos de la calle se desdibujan, y en su cabeza suena música clásica de la más fina. Siente en todo su cuerpo una seda invisible que lo roza. Se acomoda en posición fetal, alguien lo abraza entero con ternura, lo contiene, le sostiene los bordes del cuerpo así nada se escapa de su ser, así todos sus anhelos quedan guardados y protegidos. Nada puede pasar si descansa como en el vientre materno, si el agua que lo trajo a la Tierra le da aire, y también fuego. 

El traqueteo incesante se filtra por debajo de los violines y el piano, es un ruido blanco que lo hace roncar con armonía. Escucha su propio respiro brusco y se agita. Es como el acorde de un violonchelo despiadado que entra sin permiso, y se levanta de un salto con sus ronquidos. Quiere morir en sueños solo por soñar, pero tiene miedo de no volver a la vida. Está en un limbo en cada segundo, a toda hora, todos los días, sufre uno y sufre el otro, disfruta uno porque no es el otro, pero no puede decidirse por ninguno. Solo en fantasías inaccesibles sabe que hay algo que le permitirá conciliar a ambos, pero no lo puede poner en palabras.

Mira el reloj, son las 4.30 am. A las 6 tiene que estar en la estación. Suspira. Ya es tarde para todo, menos para cambiarse e irse.

1.9.15

Museo de Arte Fogg

"Cuando vuelva le tengo que pedir una dosis más fuerte de la medicación al Dr. Gaona"- piensa. 

Trata de alejar la preocupación, pero no siente sus pies, las articulaciones de sus dedos chillan, tiene un yunque aplastándole el pecho. Sabe dónde está. Es plenamente consciente de la importancia, pero lo quiere sentir con todo su cuerpo y no puede hacerlo. Mira fijo al cuadro que tiene en frente. Limpia los vidrios de sus anteojos con la bufanda que tiene puesta. Sus manos tiemblan descontroladamente y los anteojos caen al piso. Una chica muy linda se agacha y se los acerca. Él le muestra una sonrisa nublada, no quiere mostrar sus dientes amarillos. 

Da una vuelta, mira otros cuadros, pero siempre vuelve al mismo rincón. ¿Por qué se identifica con este pelirrojo, pelado, feo, que tiene en frente? Es un misterio y por ser misterio no puede sacarle los ojos de encima- así funciona. El sujeto al óleo ni siquiera lo mira. Con un ojo parece que sí, con el otro vaya uno a saber qué esta enfocando. Quizás sea un error en la técnica, se le ocurre.

Los guardias atrás suyo lo observan desconfiados, como si la contemplación del arte también tuviera estándares de comportamiento correcto. El suyo, definitivamente, no lo es. Tampoco le importa demasiado, ya se acostumbró hace tiempo a resaltar entre silencios. Se pierde en el fondo verde agua, y el agua le empieza a caer por los cachetes porque vino a este país a decir cosas trascendentales y contundentes y sin embargo siente que nada de lo que diga en verdad va a tener sentido. ¿Cómo les hace entender a jóvenes que creen ser infinitos que no lo son? ¿Quién es él para arrancarles la ilusión de inmortalidad? Vino a este país porque lo llamaron para decir cosas importantes a futuras personas importantes pero ahora no está muy seguro de que las palabras que preparó sean importantes. 

Cuando quiere caminar y no puede, cuando le da la orden a sus piernas pero estas no responden, ahí es cuando más le pesa saber que se va a morir. Todos, claro, moriremos algún día, y lo sabemos. Pero él lo sabe mejor, porque tiene que aumentar la dosis de la medicación una vez por mes. 

Lanza una carcajada áspera y los guardias se miran extrañados. Y sí, claro, el pelirrojo feo que tiene en frente también lo sabía mejor que nadie. 


25.8.15

*asteriscos

Con hilo y aguja te tomo en mis brazos y doy vuelta tras vuelta. Con cada una algo se acomoda. El sol calienta los cachetes en pleno invierno, el café huele a recién molido, la seda me da besos tiernos, vos sonreís con más verdad. Creí que podía ser así, todos los días. Pero es inútil, Penélope. Cada noche deshaces todo, Penélope. 


Quiero ver esta vida con mi lado izquierdo y solo el izquierdo. Usar un parche que decante lo esencial. El misterio es la sortija y yo giro y giro y giro y giro y no la puedo agarrar. Quiero escribir algo zurdo, pero después me acuerdo que ya escribo con mi mano izquierda. Todo encaja. La sortija estuvo siempre en mis manos.
*
Se forma un sendero que empieza en mi frente, se desliza hasta la punta de mi nariz. Cae al vacío. Teoría del caos. Vuelve a empezar en mi frente, pero esta vez toca mi sien derecha, cachete, oreja, y se pierde por esos recovecos. Y aunque crea que sí, en realidad, nunca vuelve a pasar por el mismo lugar. Las gotas de agua son todas distintas, y nosotros también, aunque a veces nos lo olvidemos. 


*
Hago muecas con mi cara y frunzo el ceño. Levanto una ceja, después trato de levantar la otra. Quiero que llore mi alma. Quiero hacerlo para que sepas que me importa, que me importás, pero ya gasté mis lágrimas. Me las gasté en promesas invisibles, pero ya sabes que las lágrimas no sirven. Yo igual hago fuerza. No puedo admitir que la tuya también es una promesa que se perdió.

23.7.15

Remolinos

Se lima las uñas, trata de pensar solo en eso. Si se concentra lo suficiente, quizás lo logre. Los dedos índices no le terminan de quedar parejos y hay un pellejito molestísimo en su anular que si se saca, le sangra el dedo. Su paciencia tiene un límite.

En eso, se le filtran imágenes paganas, cortocircuitos en la memoria. Un mensaje sorpresivo, ese bar con cortinas de encaje en donde le leyó algo de Milan Kundera y cuando terminó se emocionó tanto que se tuvo que levantar para ir al baño. Vinos tintos en la plaza, el moco que se le escapó cuando él le hizo ese chiste malísimo sobre caballos de carreras, cuando jugaron a esconderse en un museo a la hora del cierre.

Como en una calesita donde no puede agarrar la sortija, van pasando estos recuerdos uno atrás de otro. Siente que se le va formando una pelota de plomo en el medio de la garganta. Hace fuerza, como si pudiera expulsarla o disolverla respirando hondo, pero la muy perra está ahí firme, sin indicios de retirarse. Y cuando ya entiende que no se va a ir, le empiezan a temblar los labios. Tiene que dejar de limarse las uñas porque se le forma una persiana de agua que le tapa la vista. Ya se vuelve inevitable: se refriega con las mangas del sweater, se tapa un poco la cara, pero sigue temblando y nadie lo nota. La persiana se vuelve catarata. Está sola, sentada contra la ventana en la fila 26, y nadie lo nota. 

De repente está en movimiento, en el aire, se siente casi vertical. Su cuerpo, descontrolado. Nadie la ve, nadie la escucha. Algunos rezan, otros ven revistas. Ella ve el cepillo de dientes rojo que está de más en su baño y piensa en que lo va a tener que tirar a la basura cuando llegue.

El espacio vuelve a ser simétrico y las lucecitas se apagan con un “ding”. Se escuchan ruidos metálicos, pasos acolchados que van y vienen. Ella agarra su libro, pero está trabada en el mismo párrafo hace más de 15 minutos.

Lee escuchando la conversación de atrás. ¿Qué acaba de leer? Relee, y piensa seriamente si prefiere pastas o carne. Relee, y se acuerda que lo conoció tarareando canciones de Nino Rota mientras se tomaban una cerveza caliente. Relee, y le da calor pensar en sus dedos ásperos y sus caricias de seda. Relee, hace el intento una última vez, pero ya el castellano deja de tener sentido. Cada palabra le es ajena, las oraciones no tienen lógica. Ya son demasiadas las cosas que no puede entender.

Cierra el libro y una aguja de tejer muy larga baila en su pecho. Le hace cosquillas, pero son de las que no le gustan. Suplica al cielo que está cerca suyo: por favor basta. Su cerebro le hace espuma. Sabe que está echando sal en un lugar donde no debe, pero esto que le pasa la hace sentir viva. No sabe cómo frenarlo.

Le duele la necesidad. Le duele saber que las cosas no cambiaron en todos los lugares que alguna vez caminó con él. Se va a acordar siempre de la vez que se tropezó a orillas del Sena y él, en vez de ayudarla, se tuvo que sentar por la risa que le causó. Para él quizás no tenga importancia, y ya lo olvidó. O, cuando en su timidez, trató de decirle en secreto que la quería y en cambio le mordió un cachete. Semanas más tarde le confesó la verdadera intención de ese arrebato, y ella, emocionada, le clavó los dientes en un brazo. No puede olvidarse del calor dulce en el aire cuando caminaron una tarde sin rumbo por el Trastevere. El sol ya se escondía, pero seguía susurrando entre las baldosas, el asfalto, en las paredes gastadas y amarillentas de los callejones. Nunca voy a poder volver a Roma, piensa.

Mira por la ventana al cielo inabarcable. Las nubes aparecen y desaparecen con el titilar de las luces del avión. Se le van cayendo los párpados y cuando ya no se abren, se duerme sin soñar.

16.7.15

El horror

Sí, el horror de la sangre metálica, dulce y espesa.

Los ojos desorbitados, desencajados, hipnóticos. Cuando nuestra lengua vibra nos hace cosquillas a los costados, en la punta de la lengua, en el paladar. Perdemos noción de todo menos de lo que pasa ahí adentro. 

Quizás la fascinación sea el morbo. Es su deber cuidarlo, pero elige arrancarle la cabeza con los dientes, heliogábalo, incontrolable. Es una obligación velar por su vida, pero es él quien se la quita. 

Tiene las uñas largas, filosas como cuchillo de porcelana, y se las clava en sus costillitas de bebé frágiles, que crujen como una hoja en otoño. La piel es suave, sedosa. La carne, plastilina; se hunde y se amolda con facilidad. Podría acariciarlo, arroparlo y cantarle una canción de cuna hasta que sus pestañas caigan. En vez elige tomarle un brazo y estirarlo; estirarlo hasta que se desencaja con un "clack" y sus tendones saltan hacia todos lados como un tejido de lana desarmándose. 

Ella no lo entiende, pero le tiene miedo y por eso lo respeta. Cuando es la hora del festín pantagruélico, solo calla. Él tampoco se lo podría explicar, pero sabe, presiente- espera que no sea cierto- pero en el fondo, lo sospecha: uno de estos engendros le robará todo lo que tiene. No puede amarlos ni debe hacerlo. Es su destino condenarlos a la inexistencia.

El ritual tiene sus pasos. Llega uno al mundo envuelto en líquido viscoso, y antes de que su madre lo pueda limpiar, él se lo arrebata, se encierra, y mientras sigue vivo le hace un corte en una vena mayor con sus uñas; casi como si fuera una caricia. El engendro se retuerce, todavía con vida, y con la sangre caliente corriéndole por las venas. Él se relame, se desespera por su gula, y el pelo gris y reseco de su barba se humedece con su saliva, se tiñe de rojo. Va parte por parte- su preferida son los intestinos, que traga como si fueran fideos pasados, rellenos, salados y jugosos- hasta que llega al final y se chupa los dedos. Eructa fuerte, satisfecho, porque una vez más mantuvo el orden y su lugar. 

Se limpia y mira lo que hizo; siente culpa por un segundo. Después entiende que esto que le toca hacer es ineludible: el tiempo todo lo devora. 

Saturno devorando a un hijo, Francisco de Goya

10.7.15

Un viaje en tren

Cuando nos encontramos en Budapest, Luis me contó que le habían robado sus auriculares en Praga. Por eso, iba a sufrir un poco más cada viaje en tren. Yo me reí con ganas. Le dije que se comprara otros: parecía que a su cara le faltaba algo.  
No es que no pudiera comprarse unos nuevos: no quería. Tenían demasiado valor sentimental como para reemplazarlos “así nomás”, y de todas maneras, el universo tiene sus formas de mandar señales. Con ese consuelo al estilo la zorra y las uvas nos tomamos un nuevo tren, esta vez con destino a Varsovia.
Le pregunté si quería mis auriculares; me dijo que no. “Vivir nuevas experiencias, gorda, vivir nuevas experiencias”. Sonaba a adicto en proceso de recuperación.
Me dormí cinco de las ocho horas que estuvimos encerrados en la cabina; y él trataba de mantenerse despierto con mucha fuerza. Era el pequeño Alex con ganchos en los ojos. 
En ese tiempo, Luis se imaginó una vida que nunca tuvo. Pasamos por praderas de flores amarillas que se multiplicaban interminablemente, de esas que te aturden con su fosforescencia, que si miras mucho tiempo te hacen perder noción de la realidad.¿Y esa vida? ¿A dónde se fue? Despertar en el medio del campo, con la luz tenue del sol frío filtrándose por las persianas, caminar todavía medio dormido y con los ojos pegados de lagañas hasta la cocina, sentarte, y que el marrón te espere sobre la mesa: en la madera, un café, unas tostadas medio quemadas pero que sabes que podes salvar si las raspas un poquito, mermelada naranja, mermelada roja, mermelada amarilla, las mermeladas otoñales. Terminar el desayuno y abrigarte con el saco de polar de tu papá que te queda hasta las rodillas, salir, y jugar a encontrar formas en las nubes, mientras las flores amarillas te acosan por abajo, por arriba, por las costillas. Encontrar a tu perro, encontrar una carpa de circo, una pelota de basquet, no, de fútbol, no, de tennis, si, de tennis; una rueda de camión, una herradura de caballo, una calesita, una serpiente al ataque, una cala, una galera, una copa, un cazador con una escopeta, un dedo señalando al infinito, un dedo señalándote a vos. 
El tren frenó en pueblos perdidos con nombres que Luis no lograba pronunciar ni en su cabeza, con muchas doble ves y zetas, y demasiadas tildes que desafinaban. En uno de tantos, vio casitas de piedra, de la edad de piedra, vio hombres de piedra, adoquines en armonía. En una de las estaciones, un señor mayor estaba sentado en el banco de la parada. Su boina cuadriculada estaba pegada a su cabeza (seguro que era pelado). Su saco de corderoy estaba mal abrochado, y acariciaba un bastón con cabeza de águila de metal en el mango. Lo acariciaba como si fuera su mascota, miraba hacia adentro del tren como intentando encontrar a alguien. No amagó a subirse; nadie se bajó. Y sin embargo, el hombre esperaba con la espalda erguida, muy formal, con convicción, al eco de otro tiempo. 
Las películas se inspiran en esto, pero nunca vamos a saber a quién estaba esperando ese polaco, pensó Luis.
“La vida es esto, ¿entendes?”, le susurró el polaco en sueños, moviendo los labios en otro compás, fuera de sincronía, pero con doblaje al español: “La vida se te va. La vida se te va esperando fantasmas que nunca sabrás si llegaron, porque los fantasmas son invisibles”.

6.7.15

Infinidad de atardeceres

Clara llega al final de su vida. 

Llega al final de su vida y solo le queda recordar antes de que el tiempo termine de cubrir todo de polvo.

Cuando se acuesta en su sillón de plumas, se hunde en él y siente el calor del fuego de la chimenea en sus cachetes.

Se acuerda de tocar la arena seca dejando que sus dedos se sumerjan en ella; de agarrarla y espolvorearla de una palma a la otra, de jugar a encontrar los pedazos que se convertían en piedras frágiles, y destruirlos con una fuerza imaginada. 

A Clara le gustaban los atardeceres porque el olor a mar y algas le hacía acordar a su familia; a los gritos de final del mundo de sus hermanos peleando mientras jugaban a las paletas y al golpe esporádico de la pelota- María, su hermana menor, nunca había sido muy buena, por eso el golpe era esporádico.

El olor a mar y algas, a pescado feo pero no, le recordaba al calor del verano y al frío de las manos de su madre esparciéndole protector solar por la espalda y la cara, y la risa de su hermano Juan porque le quedaba blanco el cachete, y al gusto metálico a protector que sentía cuando se lamía los labios sin querer. 

Clara sabía que el sol se había puesto porque escuchaba los aplausos de la gente, y eso la emocionaba. Le gustaba saber que aunque el calor se iba, el ruido del mar permanecía constante. El romper de las olas en la orilla susurrando secretos; y acercarse hasta ahí y sentir escalofríos por los hombros cuando el agua helada le tocaba los pies. 


En el sillón de plumas que se acomoda a su cuerpo, mientras la leña cruje a su ritmo, mientras las chispas estallan de a millones, Clara se va quedando dormida, y recuerda todo esto. Sueña que toma arena seca pero se le escapa por entre los dedos, una y otra vez. 

12.6.15

A veces no alcanzan las palabras, pero se hace lo que se puede

En verdad no se que decir; cuando la felicidad es tan grande las palabras se quedan cortas. Cuando el corazón parece explotar porque no sabe cómo agradecer, se roba todas las posibles frases. 

Vamos a intentar: gracias, a quien corresponda: a una entidad superior, a los genes, a nuestros antepasados, al destino, al dios de las casualidades, a todos y a ninguno de ellos; gracias por mi sangre. 

Gracias porque me veo obligada a querer a un grupo de personas que están tan locas como yo, o más, y esa obligación la veo como un deber y un privilegio al mismo tiempo. 

Un día mediocre se volvió un día que me voy a acordar para siempre. 

Es la sangre, hay algo que compartimos, hay unas ataduras invisibles que no me dejan estar separada de ellas por mucho tiempo. Dicen que son las hermanas del alma, pero cómo se explica también que entre nosotras haya tres pares de hermanas y sin embargo todas sigamos eligiendo vernos, juntarnos, reír y llorar en grupo?

Tiene que ser la sangre porque cómo puede ser que las mismas cosas que me molestan de gente de afuera las veo en ellas y me hacen querer abrazarlas? Es, mentalmente, la idea de una conexión que va más allá de todo. Las quiero a cada una por separado, y las quiero en grupo, en conjunto. 

Me llena el alma que cada una tenga su espacio, que nos podamos divertir y llorar, todo en una misma tarde; que cuando se trata de consejos todas somos expertas porque hablamos desde el corazón, y hablamos de cosas que todas conocemos y compartimos. Me hace feliz ver a cada una entusiasmada por compartir un pedacito de su vida con las demás, y encima que mire con ojos atentos a la espera de un buen consejo. Me hace feliz, también, sentir que hay un lugar en el que puedo ser yo misma sin restricciones ni condiciones. Que a pesar de las edades, estamos todas a la misma altura y nos respetamos en todo. 

Y en el fondo, si lo pienso bien, los agradecimientos son bien simples: las gracias tienen que ir a cada una de ellas, mis primas (+ una "tía").

16.5.15

Términos sin sinónimos

Mi alterego me enseñó 
Que en mi vocabulario solo había sombras
Porque lastiman menos
Que la luz.

Sin referencias,
No sabía cómo hacerlo.
Así que teñí todo de negro,
Para que solo existiera el eclipse.

Y ahora el problema
Es que no se hablar de las luces:
Nadie me enseñó a hablar de felicidad
¿Cómo escribo sobre esto?

Acá estoy en el intento
Gravitando alrededor del sol. 
Como no encuentro las palabras,
Un nuevo diccionario está en proceso de elaboración.

8.5.15

"El vértigo de lo cotidiano"

Quiero tomar en mis manos esta vida, darla vuelta como un globo terráqueo, sacudirla como una bola de nieve cubierta en cristal. 

Una vez cuando tenía seis años llevé una de esas al jardín, y una compañera me la rompió. Mi maestra la tomó en sus manos, recogió los pedazos, y con una pistola de pegamento acomodó las piezas. Me la devolvió intacta, pero vacía. Sin agua ni nieve. 

Creo que soy esa bola de cristal; que en algún momento de mi vida me caí al piso y me quedé vacía.

¿Cómo hago para encontrar a alguien que me arregle; a alguien que pueda recoger todos los pedazos de mi alma que fui dejando tirados por las calles de esta ciudad, en los aviones a los que me subí, por los países que tuve la suerte de conocer? 

Las partes son infinitas, y ya rotas se vuelven a romper, se dividen y viajan por el aire como el polen de una flor. No tengo poder de decisión, las partes de mi alma no piden permiso para seguir creciendo. Lo hacen sin que yo me de cuenta.

¿Y cómo hago para hacerle entender a la mitad de mi ser que me cuesta reconocer que la solución no la tiene nadie? No puedo decírselo: no puedo asumir que la respuesta la tengo en mis manos, en esas mismas manos que sostuvieron la bola de cristal que soy.

Me gustaría poder hacer estallar mi rutina en confeti, disfrutar del vértigo de lo cotidiano, amasar las horas con el placer de un chef. 

No debería ser tan difícil, ¿pero por qué lo es?

¿Acaso no se puede?

¿O acaso no acabo de hacerlo?



15.3.15

El ser y la nada

Un barco navega en el sol. Pájaros lo siguen, huérfanos, o hambrientos de comidas lujosas. El pájaro se come al pez.

No se sabe bien dónde termina el sol y en dónde comienza la oscuridad, pero de este lado del paredón ya hace frío. Las nubes están cortadas a cuchillo por debajo. Desde arriba florecen, se multiplican, se enroscan y buscan llegar al infinito.

El deporte y el arte son los lenguajes universales, transgeneracionales. Rompen con las barreras de la cotidianidad, borran lo aparentemente estructural, atraviesan paredes invisibles de concreto con la fuerza de un misil.

El murmullo constante de las olas me hace creer que alguien está abriendo una gaseosa gigante. La espuma se forma y se deforma, es transparente y blanca a la vez, es el ser y la nada.

Mi mente es el océano. Mi consciencia palpable, la orilla. Quiero que estos bocetos que navegan por mi cabeza tengan la fuerza del mar, quiero hacerlas surgir de lo más profundo de mi ser. Quiero que mis ideas escondidas toquen tierra firme y se conviertan en palabras. Quiero ver lo que hice y descubrirme a mí misma haciéndolo.

El placer de escribir está en escribir, no en el resultado. El juego libre, sin metas, sin fechas límite ni voces que juzgan; eso es ejercer este arte. 

Si pudiera barrer el horizonte y fundir el azul del mar con el celeste que lo aplasta, si pudiera agarrar las olas y acariciarles el lomo con las yemas de mis dedos. Si pudiera tomar en mis manos a los pájaros que sobrevuelan y coreografiar sus movimientos. Si pudiera, si tan solo pudiera… 

Todo eso nunca llegó a ocurrir, y sin embargo acaba de existir. 
Todo eso es la nada, y el ser. Fundidos e inseparables.
De alguna extraña manera, solo imaginar lo hace más bello (¿y más real?)

15.2.15

Haikus 5

El jacarandá
La imagen oportuna 
De felicidad.

Miedo al silencio 
Refugio en el tumulto 
Y sueño mental. 

Alma furtiva 
Un despiadado animal
Es el felino.

Dulce tan dulce
Como el calor de invierno 
Y siestas al sol.

Inexorable
No perdona ni olvida
La providencia. 

Una sonrisa 
Oscuridad nocturna
Otra sonrisa.

Complicidades
Conexiones del alma 
Y los recuerdos.

Solo nos queda 
Recordar el pasado 
Porque hay que seguir.

Alma en libertad
Sopores de verano
Alma en su lugar.


19.1.15

Por la razón o por la fuerza

Caminar por suelo chileno es como balancearse en una cuerda floja
De un lado, caes en raíces andinas. Del otro, trepas en las ramas del capitalismo. 
Hacia la izquierda el mar hace acupuntura con tus pies,
Hacia la derecha la grandeza de la cordillera recorre el continente. 

Dormir en Chile es dejar que los latidos se aceleren
Asustarse con los aullidos de los perros
Y taparse hasta la nariz porque la brisa marina y de montaña se entremezcla en tu piel.
Dormir en Chile es como acostarse en arena movediza, a la espera de algún movimiento.

Viajar por el país de Neruda fue una aventura
Incluso si los destinos fueron pocos y no tan lejanos entre si.
Recorrer Santiago en Enero es como… 
Bueno, recorrer cualquier ciudad en pleno verano.

Dejar que el Océano Pacifico te toque es un desafío 
Como si dependiera de él querer acercarse,
Como si de un momento a otro la espuma te acariciara diciendo:
“Ahora si, te toca. Sumergite que te voy a dar calor en medio de este frío”

Acá nunca estás haciendo nada, porque acá estás
Reordenando el mapa mental
Sed al norte, su calma al sur
Las alturas y las profundidades a cada lado.

Este país tiene su propio soundtrack
Un color y melodías que roban sonrisas
Conjugaciones que dan risa, palabras inventadas
Como todas.

Pensar en Chile es monocromático
Desayunar, almorzar y cenar verde.
Madurez, suavidad, calorías.
Sinónimos de la palta. 

Andar por la capital es mirar hacia arriba
Imaginar Lo Barnechea
Y sentir el deja vu de una vida que no tuve
Pero que me contaron mis primas. 

Vuelvo a casa
Cambio de océano
Y en mi duermevela espero una sacudida
Que no va a venir; nunca va a llegar.

Sonrío
Porque ahora entiendo:
El temblor ya pasó,
Y me balanceé en él durante quince días.