22.9.15

Fogones

El aliento del sol todavía acaricia sus caras. Ángeles tiene puesto un buzo de hombre y le queda grande- es su buzo. Sonríe sin querer y fuerza los labios para disimular. Tiene olor a ropa recién lavada, es olor a él, y no sabe si eso le gusta o le da ganas de vomitar. Está severamente confundida porque no entiende si es una cosa o la otra. Se enrula su pelo largo y rubio, distraída. Se refriega el buzo por los brazos como dándose calor, sin estar segura de por qué lo hace. Él la mira fijo de a ratos desde la otra punta de la ronda, llamas de por medio, y ella busca con sus ojos el romper de las olas, evitándolo. Lo odio, lo odio, ¿por qué me mira así, qué le pasa? Es un tarado. De fondo suena una guitarra desafinada, intermitente. 

Están en la mitad del verano y Ángeles no entiende. No entiende a este chico raro, demasiado flaco, que cuando se tira de cabeza en la pileta cae con las piernas sueltas para todos lados. A ninguna de sus amigas le parece lindo, y a ella tampoco debería parecerle. Toda su ropa le queda grande. A veces prefiere irse a dormir temprano, prefiere no jugar partidos de fútbol y quedarse charlando con ella sobre El señor de los anillos, que los dos están leyendo. A veces prefiere jugar a las cartas que jugar a la play. Él la tira a la pileta, ella trata de tirarlo a él y terminan cayendo juntos. Le dice que es fea, le tira del pelo, es a la única que le contó que su mamá está enferma. Se burla de su ropa, le dice que usa rico perfume, juega a ahogarla en el mar. Discuten sobre la dudosa lealtad de Snape y después no se hablan por dos horas. Ella le dice que es un rata, porque todas sus remeras tienen agujeros, pero cuando él va al parador siempre le trae un Torpedo de limón de regalo. Tiene pelo negro. Tiene ojos negros y misteriosos. Es un chico raro.

Poseída por la sal se para y se acerca a la orilla. El agua está tibia, y eso le gusta. Le dan ganas de volver a meterse, aunque el viento que corre empieza a enfriarle la piel. No se da vuelta, mira fijo el horizonte naranja que se disuelve, con fuerza, convencida de que algo está por pasar. Cierra los ojos, se cruza de brazos, se obliga a no volver a la ronda hasta que no venga alguien a buscarla. Sabe que están todos acostumbrados a que haga esas cosas, y en general nadie la va a buscar cuando se aísla, pero ella quiere algo muy concreto esta vez. Va a pensar que solo quiero llamar la atención y que soy una tonta, va a pensar que solo quiero llamar la atención y que soy una tonta. Se está por ir, derrotada, y en eso alguien le toca el hombro. Ella tiembla. Abre los ojos, se da vuelta y no puede evitar sonreír. Es él, que también sonríe. Es él, que la fue a buscar. Se quedan así un rato, mirándose sin vergüenza, como nunca se animaron a hacerlo. Cae en un pozo de arena movediza. Se le aflojan las piernas, la realidad se desdibuja, las olas dejan de romper, todo se pone en foco y se empaña a la vez. 

Le tiemblan las manos, un poco por el frío y un poco porque el corazón le late tan rápido que se replica en todo su cuerpo. Las esconde en los bolsillos. Pocas veces en la vida tenemos la sensación de que esta por pasarnos algo trascendental. Este es uno de esos momentos. “Ángeles”, le dice. Ella se queda en silencio y baja la cabeza. Tiembla, tiembla muchísimo. “¿Te puedo preguntar una cosa?”.

12.9.15

Nox

Dormir profundamente es un placer que desconoce. Nadie le explicó que estar quieto también es estar vivo. Llega a su monoambiente después de semanas, consume el olor a encierro y levanta las persianas, por donde entra una brisa que le enfría los cachetes, pero solo la parte de arriba. Le da oxígeno a esa pecera en donde se mueve solo unos días al año. 

Se acuesta en su cama, se tapa, mira el techo con manchas negras de humedad y suspira. En su cabeza está el traqueteo monótono de los andenes contra las vías, incesante. Con cada imperfección en la ruta él abre los ojos, y vuelve a ver el moho. En ese camino al inconsciente su cuerpo da saltitos, al ritmo de ese tren arrítmico que se volvió su hogar. 

Está en un limbo entre la vida y los sueños. La vida, y los sueños. Le gusta contraponerlos a ambos como si fueran enemigos, y repetirlo una y otra vez hasta relajar sus músculos. Su existencia está cortada en dos. Andar/ / / / / / / estar quieto. La vida/ / / / / / /  los sueños.

Se acostumbró a estar alerta, a descansar poco y rápido, a no dejar que su vista se fije demasiado en un mismo lugar, porque ahí es cuando los párpados empiezan a mecerse y acariciarlo con tanta suavidad que de un momento a otro está dormido y ni siquiera se entera. Para él, soñar bien podría ser morir. Técnicamente, no le queda otra que convertir en rival a ese verbo sórdido.

Cuando ya está navegando en ese intermedio, las sombras de su cuarto se distorsionan, los ruidos de la calle se desdibujan, y en su cabeza suena música clásica de la más fina. Siente en todo su cuerpo una seda invisible que lo roza. Se acomoda en posición fetal, alguien lo abraza entero con ternura, lo contiene, le sostiene los bordes del cuerpo así nada se escapa de su ser, así todos sus anhelos quedan guardados y protegidos. Nada puede pasar si descansa como en el vientre materno, si el agua que lo trajo a la Tierra le da aire, y también fuego. 

El traqueteo incesante se filtra por debajo de los violines y el piano, es un ruido blanco que lo hace roncar con armonía. Escucha su propio respiro brusco y se agita. Es como el acorde de un violonchelo despiadado que entra sin permiso, y se levanta de un salto con sus ronquidos. Quiere morir en sueños solo por soñar, pero tiene miedo de no volver a la vida. Está en un limbo en cada segundo, a toda hora, todos los días, sufre uno y sufre el otro, disfruta uno porque no es el otro, pero no puede decidirse por ninguno. Solo en fantasías inaccesibles sabe que hay algo que le permitirá conciliar a ambos, pero no lo puede poner en palabras.

Mira el reloj, son las 4.30 am. A las 6 tiene que estar en la estación. Suspira. Ya es tarde para todo, menos para cambiarse e irse.

1.9.15

Museo de Arte Fogg

"Cuando vuelva le tengo que pedir una dosis más fuerte de la medicación al Dr. Gaona"- piensa. 

Trata de alejar la preocupación, pero no siente sus pies, las articulaciones de sus dedos chillan, tiene un yunque aplastándole el pecho. Sabe dónde está. Es plenamente consciente de la importancia, pero lo quiere sentir con todo su cuerpo y no puede hacerlo. Mira fijo al cuadro que tiene en frente. Limpia los vidrios de sus anteojos con la bufanda que tiene puesta. Sus manos tiemblan descontroladamente y los anteojos caen al piso. Una chica muy linda se agacha y se los acerca. Él le muestra una sonrisa nublada, no quiere mostrar sus dientes amarillos. 

Da una vuelta, mira otros cuadros, pero siempre vuelve al mismo rincón. ¿Por qué se identifica con este pelirrojo, pelado, feo, que tiene en frente? Es un misterio y por ser misterio no puede sacarle los ojos de encima- así funciona. El sujeto al óleo ni siquiera lo mira. Con un ojo parece que sí, con el otro vaya uno a saber qué esta enfocando. Quizás sea un error en la técnica, se le ocurre.

Los guardias atrás suyo lo observan desconfiados, como si la contemplación del arte también tuviera estándares de comportamiento correcto. El suyo, definitivamente, no lo es. Tampoco le importa demasiado, ya se acostumbró hace tiempo a resaltar entre silencios. Se pierde en el fondo verde agua, y el agua le empieza a caer por los cachetes porque vino a este país a decir cosas trascendentales y contundentes y sin embargo siente que nada de lo que diga en verdad va a tener sentido. ¿Cómo les hace entender a jóvenes que creen ser infinitos que no lo son? ¿Quién es él para arrancarles la ilusión de inmortalidad? Vino a este país porque lo llamaron para decir cosas importantes a futuras personas importantes pero ahora no está muy seguro de que las palabras que preparó sean importantes. 

Cuando quiere caminar y no puede, cuando le da la orden a sus piernas pero estas no responden, ahí es cuando más le pesa saber que se va a morir. Todos, claro, moriremos algún día, y lo sabemos. Pero él lo sabe mejor, porque tiene que aumentar la dosis de la medicación una vez por mes. 

Lanza una carcajada áspera y los guardias se miran extrañados. Y sí, claro, el pelirrojo feo que tiene en frente también lo sabía mejor que nadie.