12.11.11

Es esa inexplicable felicidad

Se movía por entre las masas con una gracia inexplicable, con una seguridad abrumadora. Su pelo largo hasta la cintura iba de izquierda a derecha, y con cada esquina se movía un poco más hacia alguno de los lados. En sus manos cargaba unas bolsas grandes, cuadradas y blancas, con un contenido misterioso, pero podía ver por la marca de sus venas en los brazos que le pesaban bastante.
Le pude ver la cara en un semáforo, cuando me puse a la misma altura que ella. Fue su perfil, en realidad. Una nariz angulosa, perfecta, unas pestañas largas, unos labios raros, grandes, bellos. Creo que lo que más me atrajo fue su vestido de flores. Junto con su caminar pausado, la hacían parecer venida de otro tiempo, de otra época. Tal vez no muy lejana, pero ciertamente no del 2011, no de Buenos Aires capital federal. Desde que me la crucé en una esquina y ví que caminábamos hacia el mismo lado, no pude sacarle los ojos de encima. La mayor parte del tiempo la observé de espaldas, pero podía sentir que en su rostro había una mueca de sonrisa imborrable. 
Durante esos quince minutos que anduvimos por el mismo camino, jugué a imaginarme su vida, pensé en qué le podía decir para verle la cara de frente. Quería saber en qué pensaba, si me había visto, qué le gustaba hacer, si era feliz con su vida, lo que fuera. Me inundaron las sensaciones y  me ilusioné con creer que alguien como ella podría dirigirme la palabra, siquiera mirarme. Claro, yo no acostumbraba a hablar con la gente. Para mí no existía mejor compañía que la lectura. 
Me pregunté qué era lo que la hacía tan feliz. ¿Tendría novio? ¿Era su cumpleaños? Me volví loco imaginando mil y un  razones por las cuales se podía mover con tanta belleza, por qué sería que cada parte de su cuerpo emanaba euforia. 
Sin embargo, había algo que me resultaba familiar. Era algo en su actitud, en su semblante. Pero no podía descifrar qué era. 
Hasta que le sonó el teléfono. Entonces escuché su voz, mágica y tranquilizante, grave pero clara, suave. “Ya estoy en camino. Sí, vengo de la librería. Creo que me fundí de la cantidad de libros que compré” Acto seguido, se rió. No pude evitar sonreír.
¡Cómo no me había dado cuenta! Yo lo sabía mejor que nadie, entendía perfectamente ese sentimiento de felicidad. 
Era el éxtasis de comprar libros nuevos.