14.6.16

En medio de tanta nada

Parada en el jardín de una casa desconocida, se retuerce las piernas porque necesita hacer pis y no puede encontrar el baño de afuera. Hay mucha gente, mucha niebla y tiene mucho alcohol corriéndole por el cuerpo. Una música electrónica le abomba los oídos, le entumece la razón. A la derecha, le dicen. Camina un poco pero a la derecha solo hay autos estacionados. ¿Pretenden que se desnude así nomás? Se aguanta un rato, piensa en ir a la barra para distraerse pero en este momento su único objetivo es no seguir llenando su vejiga de líquido. Camina al medio del jardín, donde el calor de la masa humana la protege, como una cápsula invisible 5 grados celsius más cómoda que cualquier otro punto de la fiesta. Pero está sola, los grupos de amigos bailan juntos, ella está en el medio tratando de que no le importe, pero con esa sincronización lenta de la música rápida la van expulsando del círculo. Es una intrusa y ella sabe que ellos saben que ella se da cuenta y está tratando de pertenecer. Un poco de calor y distracción de esas ganas furiosas de ir al baño, solo quería eso. 

Se asoma al ventanal que da al living, trata de abrir la puerta pero está cerrada con llave. Da una vuelta por la galería, a la izquierda de la masa danzante, donde hay una pared que esconde una entrada al lavadero. Se tropieza con una botella de cerveza vacía que se rompe y en eso sale un chico muy borracho por la puerta. 

- ¿Estás bien? ¿Te lastimaste?

- No, no, estoy bien. ¿Me dejas pasar? Dejame que entre a buscar algo para juntar los vidrios.

- Bueno, después cerrá con la llave y dejala en ese tacho con ropa.

Se escabulle y entra al lavadero. A su derecha está la imagen de la victoria, un trono inmaculado en donde apoyarse para que el marcador vuelva a cero y sus revoluciones cerebrales puedan concentrarse en otras cosas- en arreglar el lío que dejó afuera, por ejemplo.

Mientras descarga se pregunta si no será un sueño, si no será una de esas veces en las que el líquido cae pero su panza le sigue doliendo, las ganas no se alivian. O que de repente va a abrir los ojos y va a estar toda mojada y calentita entre las sábanas de su cuarto. Se mira las manos, se ven reales. Y las ganas disminuyen de a poco, la máquina de su cuerpo necesita unos segundos extra para avisar a su cerebro que ya está, que lo peor ya pasó. No hay papel. Se seca con la toalla de manos. Las necesidades básicas insatisfechas ponen patas para arriba cualquier intento de civilización. Se viste.

Entra a la cocina y busca una pila de diarios. En todas las casas se guarda el del día; por algún lado tiene que haber. La encuentra arriba de la heladera. La música de afuera se escucha acolchonada, tapada. Vuelve al lavadero, saca una escoba y palita del armario, vuelve al frío pelado. Junta los pedazos como si fuera lo último que le tocara hacer en la vida, con la dedicación con la que lo haría una madre para que sus hijos descalzos no se corten los pies. 

Ahora está devuelta en el perímetro de la ronda de baile, no tiene más ganas de ir al baño y tampoco se preocupa porque ya sabe dónde está la llave de la casa. Pero tiene frío y sueño. Su amiga no aparece y va a aparecer solo cuando se haya hecho de día, única alarma que vale para los enamorados fugitivos. Faltará una hora, por lo menos, para el toque de queda. 

En la barra pide por favor una cerveza por séptima vez. El barman le sonríe.

Sos la primera persona en toda la fiesta que me pide por favor que le alcance algo.

- ¿Y eso te sorprende?

- Me sorprende la educación en medio de tanta ebriedad.

- Pero yo no estoy borracha.

- No, ni ahí che. Tomá. 

Le guiña un ojo y ella no entiende qué es lo que acaba de pasar. A veces los hombres creen estar seduciendo pero más bien lo que hacen es insultar. A ella no la hace sentir especial haber sido educada. Si algo, la indigna que la feliciten por hacer lo correcto. El alcohol no debería excusarnos de las reglas básicas de convivencia en sociedad, pero se acuerda de que se secó con la toalla de manos después de hacer pis y tanto palabrerío filosófico se desvanece. A veces tanta consciencia de sí misma le impide reflexionar, porque todo pensamiento termina siendo hipócrita. 

Queda con su lata de cerveza observando la interacción humana, un poco aliviada porque nadie se le acerca, otro tanto esperando que algún valiente lo haga. En la galería de la casa hay unos pibes tirados en los sillones, fumando. Atrás suyo hay parejas desparramadas por el jardín agarradas de las manos- su amiga no está ahí- ronditas de gente haciendo cariocas, borrachos sin remedo mirando el cielo boca arriba mientras agonizan. En la barra, para variar, hay una multitud de gente acumulada, hombres y mujeres que como ella, quieren alcohol para sobrevivir a estas horas en las que definitivamente el hombre no está hecho para mantenerse despierto. O vivo. O nada. El hombre a las 5 de la mañana no debería hacer nada. Solo dormir, que es básicamente eso.

La cerveza está helada, sus manos también, pero por suerte puede tomarla despacito y no tiene que tirarla por la mitad. Piensa en irse, en meterse en el auto de alguno de los que se van allá a lo lejos y pedirles por favor que la alcancen, que está acá cerca, pero después se acuerda de que su amiga se queda a dormir en su casa y no puede abandonarla. Para qué sigue invitando amigas a dormir después de salir, no tiene idea. Siempre es la misma historia, ella esperándolas para poder irse. Decide seguir tomando cerveza hasta que le den ganas de hacer pis otra vez y en medio de esa resolución mira a su izquierda y se encuentra con el chico que se había cruzado en la puerta del lavadero, solo, con una mano en el bolsillo, con la capucha del buzo puesto, con la otra mano sosteniendo una lata de birra. La mira, se acerca y levanta su cerveza. Ella se la choca. 

¿Por qué brindamos?

- Por la decadencia. Por la vitalidad.

- Qué filosófico.

- Es la hora. O el alcohol.

- Y, eso es lo bueno. A esta hora se puede culpar al alcohol de casi todo.
Se ríen juntos y se quedan en silencio escuchando una canción bien berreta de alguna banda argentina o uruguaya, una de esas. No conoce al muchacho, pero una telaraña invisible los acaba de envolver en complicidad. No tuvieron que decirlo pero ambos quieren estar acompañados solo por no parecer solos. 

Empieza a clarear y los autos se mueven en caravana. En el pasto finalmente se pueden ver los vasos sucios, las latas vacías y las botellas rotas. Las pisadas de barro y la resiembra que vendrá en aquel jardín. Desde adentro de la casa, por el ventanal del living que estaba cerrado con llave, sale su amiga agarrada de la mano de su chico. Se acercan. Las dos mujeres se sonríen, cómplices.

¿Vamos?

- Vamos.

Busca una bolsa que sirva de tacho y tira la lata con el resto de cerveza que le quedó. Avanza unos pasos más atrás de su amiga y su saliente, agradecida por que su amiga esté con alguien caballero que las alcance hasta su casa. Se da vuelta un segundo y ve que el chico con el que brindó sigue ahí parado, mirándola, con una mueca de sonrisa pero no del todo. Como si quisiera decirle algo, levanta una ceja. Ella lo saluda con la mano y él levanta una vez más la lata de cerveza, brindando al aire.


La noche se terminó y una vez más, sigue viva. Todos siguen vivos. No fue tan grave, la espera su cama calentita y eso es lo único que importa. En dos meses, cuando la vuelvan a invitar a otra fiesta así, ya se va a haber olvidado de las ganas de hacer pis, de la soledad, de la música pedorra. Solo se va a acordar de esa necesidad primitiva de bailar y emborracharse. Quizás, hasta vuelva a tener un cómplice que como ella, logre sentirse superior viendo la involución humana; imagen que puede ver porque en el fondo como todos, ni más ni menos, ella también es parte de eso.