13.5.13

El ocaso del héroe


Un “buenos días” fue todo lo que necesité para entender. Pasó por al lado, con un caminar cansado y  la mirada triste y sentí algo que no había experimentado antes.
El gran señor que hace temblar a todos ya no es más quien solía ser. No sé. Lo miré fijo a los ojos, porque no puede ser que siempre que se me acercaba yo bajara la mirada. Y esta vez no solo la mantuve: por un segundo pude sentir su sufrimiento, su miedo, su dolor. Él no quiere envejecer más. Ya llegó a la cornisa de su vida y le es suficiente con mirar desde arriba. No quiere caer, no quiere sentir el vértigo como una punzada en el centro de su ser.
¿Pero cómo puede ser que antes imponía el miedo y ahora ya ni ganas de eso tiene? Disfruta que lo escuchen y también le divierte encontrar potencial en los jóvenes. Pero está cansado.
Su forma de caminar cambió. Su cuerpo no aguanta el peso como antes: tiene una faja alrededor de su cintura que se lo recuerda a cada minuto. Su mirada ya no te penetra.
Tiene unas ganas atolondradas de retirarse a descansar frente al mar, leer y leer y que nadie lo moleste. Escapar de esta ciudad.
Pero el deber llama y él no puede ignorarlo. Su sentido de seguir siendo quien fue es más fuerte. Espera que nadie lo note, que nadie observe cómo su cuerpo se ha deteriorado, porque el cuerpo es el mayor prejuicio y la peor barrera entre las almas.
Me duele saber que una mente tan poderosa esté encerrada en un cuerpo que tiene fecha de vencimiento. Me preocupa y me desespera. Pero no entiendo bien por qué, si lo supe siempre: al final, todos nos vamos de la misma forma. 

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