14.11.16

Un jueves como cualquier otro

Te veo mirarme mientras movés los labios. Sonreís un poco, tomás un trago. Yo observo en silencio todos tus movimientos, casi coreográficos, las frases hechas, todas hechas. Pero no me importa. Viví esta situación una y mil veces, pero como cada vez, esta parece distinta. 

La música está un poco fuerte y vos tenés que hablar fuerte. Estoy casi encima de la mesa, tratando de no quedar mal preguntandote “¿Qué?” todo el tiempo. En la mesa de al lado 10 pibes tienen dos jarras de cerveza y brindan, festejan, gritan. 

En ese bar la gente festeja con volumen, en música y en alcohol. Yo tomo mi cerveza de a tragos, con tranquilidad, un poco arrítmica a la feliz desorganización que me rodea. La mesa de madera está toda pegoteada pero no me importa, a esta altura no me importa nada. Solo quiero prestar atención a cómo vos movés los labios y me mirás fijo, penetrante, con esos ojos eternos.

No sé bien de qué hablás, quizás de tu mamá o de tu hermano, de tu relación con tus amigos o de tu ex novia. Solo sé que me estás contando algo que cuesta decir, no encontrás las palabras, tenés que tomar un trago con cada silencio para pensar bien en cómo decir lo que sentís. Son sentimientos guardados bien adentro, que no salen muy seguido y por eso cuesta encontrar el lenguaje que los transmita. 

A mí me fascina verte usar las palabras incorrectas para después corregirte.

“Y a veces me da bronca. Bueno, no. Bronca no… impotencia”.

Me da una puntada en el medio del pecho pensar que me estás contando estas cosas y que mientras me las contás tus ojos brillan acuosos. 

Si lo pienso un poco mejor, sé que siempre es así, siempre es la mejor parte. Después viene la tormenta, pero así, en medio de la luz que se refleja a medias en este bar en Palermo, quiero creer con todo mi corazón que vos sos perfecto y siempre vas a serlo. Aun cuando conozca las imperfecciones que ahora parecés no tener, quiero creer que vas a seguir siendo perfecto.

Te doy la mano y suspiro. Vos, con un dedo, me acariciás la palma, muy despacito. El corazón me late a mil por hora. Siento una aguja clavada en el medio del pecho. Si me veo a mí misma desde afuera, la aguja pincha más todavía. 


Esto es una película y es la vida, pero la vida siempre es mejor que las películas. El encuentro absoluto y la simbiosis en medio de tanta música y alcohol. Yo pienso: no importa quién esté en frente, no hay nada como estas confidencias; no hay nada como estos susurros dichos a los gritos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario