14.9.16

Héctor

Trabaja en un pseudo-búnker. No hay señal, no le llegan los WhatsApp de Silvia que le dicen cómo está la beba. Le toca sentarse al lado del baño,  donde la gente entra y sale, la puerta hace ruido, las cañerías truenan y el lavamanos es incesante. Después la puerta queda abierta y el olor le llega directamente. Solo a él, mientras intenta hacer funcionar el wifi. 

Llega todos los días a las 9 am puntual, cuando la oficina todavía está desierta, cuando la única computadora que carbura es la suya. A medida que van entrando para firmar los ingresos, se va escuchando un rumor cada vez más pronunciado. A eso de las 11 am el equipo está completo y el griterío es insoportable. Héctor tiene que presupuestar, anotar, calcular, pero tiene a tanta gente encima suyo que las restas le salen sumas y las divisiones le salen multiplicadas. Al mediodía los jóvenes almuerzan; Lucas cuenta que perdió por goleada en el partido del domingo con los pibes, Sandra recomienda a su colorista en una peluquería del barrio, Guadalupe pide consejos porque no sabe qué hacer con el chico que le gusta. Héctor trata de redactar un informe, una y otra vez, pero las voces que se superponen y hablan cada vez más fuerte le impiden cualquier tipo de actividad mental.

Pasa el almuerzo, se hacen las 3 de la tarde, a esta hora empieza la maratón. Todos corren de acá para allá, se desviven por su tarea diaria, gritan, van, vienen. Héctor termina el informe como puede y se lo entrega a su jefe, que tiene 30 años menos, para que se lo apruebe. No se lo aprueba. Le pide que corrija algunas mayúsculas, tildes, y que cambie la palabra “pedir” por “solicitar”. Arregla lo último pero no logra encontrar las tildes que faltan y las mayúsculas fuera de lugar. Lee, relee, y nada. En el centro de su estómago se le forma una pelota de comida no digerida que exige ser expulsada. A las 5 tiene que estar en su casa en Morón para llevar a Silvia con Mora al médico. No sabe a quién pedirle ayuda, ¿debería saber sobre tildes? Nunca antes le habían exigido este tipo de cosas. Antes no sería importante, se le ocurre. 

Mueve el pie izquierdo en un tic nervioso, con la necesidad de frenar el tiempo o de volverse un redactor brillante. Pasa Sandra por atrás suyo, le pregunta si necesita ayuda con algo. Héctor suspira, un poco aliviado un poco avergonzado, y fijándose que no esté su jefe a la vista, le dice que necesita un chequeo del informe. Sandra va al baño y cuando sale le dice: “Los meses del año van en minúscula. Ah… y fijate que “este” ya no lleva tilde”. 

Héctor no entiende por qué su jefe no podía tomarse el trabajo de decirle directamente esos errores. Héctor no entiende casi nada, especialmente el estrés de todos estos chicos por las cosas “urgentes”. Lo que es urgente casi nunca suele realmente serlo. Lo que realmente importa es lo importante. Pero nadie se da cuenta, en este lugar todos trabajan como si de la vida o la muerte se tratara, ponen en juego toda su vida por unas mortales horas dentro de ese búnker sin señal y sin Instagram. 

Se hacen las 4 y Héctor firma la planilla de salida. 

Hasta mañana, chicos”- les dice a todos.


Lo despiden los dedos tecleando en las computadoras, las miradas fijas en las pantallas, la mano ausente de uno de los que se sienta al fondo. Mañana, y quizás siempre, será igual. 

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