18.1.11

Volábamos

Todavía recuerdo la época en que volábamos. Nuestra divina inocencia nos limitaba; pero también nos protegía de la maldad a nuestro alrededor. Volábamos, nuestra cabeza se desprendía tan fácilmente de la realidad que era como si viviéramos en un zapping de canal permanente. Prescindíamos de todo y nos preocupábamos por nada.
Eran esos años en los que la preocupación más grande implicaba únicamente que el alfajor se cayera al piso. Cambiábamos de amistades como de bombacha, nos peleábamos y nos amigábamos con igual fervor. Mi mejor amiga era la que me acompañaba al quiosco en el recreo. Volábamos; no existe otra palabra. Éramos como pequeños aviones de papel, frágiles, con un rumbo impreciso, incierto.
Darse cuenta de las cosas es en la mayor parte de los casos una condena; por eso quisiera volver a volar, quisiera no tener un cable a Tierra, quisiera ser ajena a la realidad circundante. No me olvido más mis aventuras por Callao y Juncal. Casi todos los días pasaba por ahí con mi tía, que llevaba un paraguas, y siempre me subía a los tres escalones que hay ahí en la esquina. Entonces yo abría el paraguas y saltaba. Creía que me iba a convertir en Mary Poppins. Lo interesante es que no me cansaba. Día tras día volvía a tirarme por los escalones, convencida de que un día iba a despegar vuelo y me iba a ir flotando.
No se puede volver a sentir eso, ahora nuestras mentes están contaminadas y lamentablemente somos realistas y muchas veces malvados, retorcidos. No se puede estar en el mundo sin ser parte de él; tarde o temprano uno termina involucrándose.
Que bueno sería que todos pudiéramos ser niños. Ojala pudiéramos encontrar un avión de papel que nos lleve a un vuelo placentero, pero seguro.
¿A dónde se fue esa divina inocencia?

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