3.1.11

Crónica de cómo perdí mi alma en la Tierra

Con el corazón destrozado y el alma en pedazos me eché a andar por las calles de Barcelona; decidí dejar mi destino a elección de alguna fuerza mayor. Todo lo que en aquel entonces me había parecido tan lúcido, tan bello, tan lleno de vida, hoy se me antojaba apagado, lúgubre y muerto. Agarré por las ramblas y me deslicé hacia abajo sintiendo mi órgano vital latir en mínimo de potencia. Mis pies se movían solos, vivir se había transformado en un acto involuntario el cual antes quería aprovechar, ahora mi único objetivo era sobrevivir. Vi una florería, tantos colores y al mismo tiempo tanta monotonía, es que mis ojos sólo reflejaban el dolor de la pérdida y por lo tanto miraban cuanto transmitían. Mi vista se posó segundos después en la esquina de un café…no recordaba haberlo visto antes. La gente conversaba en sus respectivas mesas; ancianos tomando té en silencio, madres agitadas sacudiendo sobres de azúcar con el sonido de sus mil pulseras en la muñeca; jóvenes adolescentes con uniformes escolares estudiando o simulando eso; tantas personas viviendo felices, siendo ajenas a mi propio padecimiento. Finalmente mi recorrido terminó en una plazoleta y una fuente de agua, que irónicamente estaba seca. Al sentarme en el borde oí mis huesos quejarse por la artrosis temprana que había desatado durante mi juventud; un dolor indescriptible me carcomía cada vértebra del cuerpo y me deterioraba cada vez más, minuto a minuto.
Cerré los ojos por un instante y comencé a ver de nuevo aquellas imágenes que me habían quedado guardadas en el ático de la memoria. Eran de esas a las que sólo se recurre en situaciones extremas. Aquella lo era, ciertamente. La vi a ella; la sentí. Recorrí su cuerpo. Su pelo colorado tan oscuro, tan distintivo, tan largo, tan inmensamente fuerte como ella lo era; sus ojos color ceniza, tan profundos que eran capaces de mostrarte todo con verlos, y que me hacían sentir que podía hacer todo por ella y podría llegar hasta el fin del mundo con tal de hacerla feliz; su nariz tan recta y perfecta, sus labios tan finos y delicados; su tez blanca como la nieve y suave como la seda. Visualicé sus curvas, su exquisitez a mi modo, su belleza tanto exterior como interior, las razones por las cuales perdí la cabeza por ella. ¿Cómo Dios no me advirtió de lo que iba a pasar? ¿Cómo pudo ser que mi felicidad fuera tan efímera? Es que muchas veces no entendemos las jugadas que hace Dios para nosotros. Realmente intento comprenderlas pero no logro hacerlo. Eso me desquicia tanto. Y automáticamente después de ese momento de infinita paz en el cual la volví a tener, vino lo peor. Se me impuso la furia del gigante, la furia de la velocidad y del metal…de aquello que había terminado con su vida; y con una parte de la mia misma. Inmediatamente sentí que una bestia en mi interior cobraba vida y quería escaparse para cobrar venganza. Pero mi conciencia, le dijo a mis impulsos que me calmara, que no podía hacer nada en contra de lo que había pasado, mas que lastimar a más personas. La bestia entró en razón y se calmó. Pero no podía dejar de imaginar el momento en que el auto se descarriló y voló por los aires…no podía dejar de escuchar su grito pidiendo auxilio…no podía dejar de escuchar sus últimas palabras “no me dejes”, no podía dejar de sentir el remordimiento por haber sido el culpable de su muerte. Necesitaba sacarme de encima ese daño espiritual y psicológico de alguna manera. Debía acabar con todo. Sentí un sueño incontrolable de repente, sentí ganas de acostarme al borde de la fuente a descansar. Sí, ridículo. ¿Y qué? Si no quedaba más nada… fue entonces ahí cuando los ojos me cayeron como cargados con plomo…sentí paz… y después todo fue oscuro.

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