16.7.15

El horror

Sí, el horror de la sangre metálica, dulce y espesa.

Los ojos desorbitados, desencajados, hipnóticos. Cuando nuestra lengua vibra nos hace cosquillas a los costados, en la punta de la lengua, en el paladar. Perdemos noción de todo menos de lo que pasa ahí adentro. 

Quizás la fascinación sea el morbo. Es su deber cuidarlo, pero elige arrancarle la cabeza con los dientes, heliogábalo, incontrolable. Es una obligación velar por su vida, pero es él quien se la quita. 

Tiene las uñas largas, filosas como cuchillo de porcelana, y se las clava en sus costillitas de bebé frágiles, que crujen como una hoja en otoño. La piel es suave, sedosa. La carne, plastilina; se hunde y se amolda con facilidad. Podría acariciarlo, arroparlo y cantarle una canción de cuna hasta que sus pestañas caigan. En vez elige tomarle un brazo y estirarlo; estirarlo hasta que se desencaja con un "clack" y sus tendones saltan hacia todos lados como un tejido de lana desarmándose. 

Ella no lo entiende, pero le tiene miedo y por eso lo respeta. Cuando es la hora del festín pantagruélico, solo calla. Él tampoco se lo podría explicar, pero sabe, presiente- espera que no sea cierto- pero en el fondo, lo sospecha: uno de estos engendros le robará todo lo que tiene. No puede amarlos ni debe hacerlo. Es su destino condenarlos a la inexistencia.

El ritual tiene sus pasos. Llega uno al mundo envuelto en líquido viscoso, y antes de que su madre lo pueda limpiar, él se lo arrebata, se encierra, y mientras sigue vivo le hace un corte en una vena mayor con sus uñas; casi como si fuera una caricia. El engendro se retuerce, todavía con vida, y con la sangre caliente corriéndole por las venas. Él se relame, se desespera por su gula, y el pelo gris y reseco de su barba se humedece con su saliva, se tiñe de rojo. Va parte por parte- su preferida son los intestinos, que traga como si fueran fideos pasados, rellenos, salados y jugosos- hasta que llega al final y se chupa los dedos. Eructa fuerte, satisfecho, porque una vez más mantuvo el orden y su lugar. 

Se limpia y mira lo que hizo; siente culpa por un segundo. Después entiende que esto que le toca hacer es ineludible: el tiempo todo lo devora. 

Saturno devorando a un hijo, Francisco de Goya

No hay comentarios:

Publicar un comentario