Lo más lindo de escribir no es escribir.
Soy un homo-typographicus, nací para esto y moriré por esto.
La esencia está en el movimiento del alma; en lo que produce
dentro de nosotros la coreografía de dedos danzantes sobre el teclado, o el
ballet delicado de manos expulsando fluidos sobre el papel.
Escribir no es tal verbo; escribir es un estallido de
confeti interior, un gerundio perpetuo de estar-siendo-feliz-y-cagándose-en su
uso-incorrecto.
Y la importancia no reside en el orgasmo auditivo; el valor
está en el ímpetu espiritual.
No interesa que esté bien articulado, o que esté bien
redactado. El precio incalculable de un escrito viene dado a priori: porque
nace de un corazón formado de historias, lágrimas y latidos.
Poner en palabras una
realidad interna que nos sacude, que nos desvela por las noches y nos ayuda a
despertarnos por las mañanas, es un don. No nos concierne la forma: lo que
siempre nos debe llegar es el contenido.
Escribir es un acto de valentía más que un acto de
comunicación, y simplemente por eso debería ser precioso a los ojos de todos.
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