1.9.15

Museo de Arte Fogg

"Cuando vuelva le tengo que pedir una dosis más fuerte de la medicación al Dr. Gaona"- piensa. 

Trata de alejar la preocupación, pero no siente sus pies, las articulaciones de sus dedos chillan, tiene un yunque aplastándole el pecho. Sabe dónde está. Es plenamente consciente de la importancia, pero lo quiere sentir con todo su cuerpo y no puede hacerlo. Mira fijo al cuadro que tiene en frente. Limpia los vidrios de sus anteojos con la bufanda que tiene puesta. Sus manos tiemblan descontroladamente y los anteojos caen al piso. Una chica muy linda se agacha y se los acerca. Él le muestra una sonrisa nublada, no quiere mostrar sus dientes amarillos. 

Da una vuelta, mira otros cuadros, pero siempre vuelve al mismo rincón. ¿Por qué se identifica con este pelirrojo, pelado, feo, que tiene en frente? Es un misterio y por ser misterio no puede sacarle los ojos de encima- así funciona. El sujeto al óleo ni siquiera lo mira. Con un ojo parece que sí, con el otro vaya uno a saber qué esta enfocando. Quizás sea un error en la técnica, se le ocurre.

Los guardias atrás suyo lo observan desconfiados, como si la contemplación del arte también tuviera estándares de comportamiento correcto. El suyo, definitivamente, no lo es. Tampoco le importa demasiado, ya se acostumbró hace tiempo a resaltar entre silencios. Se pierde en el fondo verde agua, y el agua le empieza a caer por los cachetes porque vino a este país a decir cosas trascendentales y contundentes y sin embargo siente que nada de lo que diga en verdad va a tener sentido. ¿Cómo les hace entender a jóvenes que creen ser infinitos que no lo son? ¿Quién es él para arrancarles la ilusión de inmortalidad? Vino a este país porque lo llamaron para decir cosas importantes a futuras personas importantes pero ahora no está muy seguro de que las palabras que preparó sean importantes. 

Cuando quiere caminar y no puede, cuando le da la orden a sus piernas pero estas no responden, ahí es cuando más le pesa saber que se va a morir. Todos, claro, moriremos algún día, y lo sabemos. Pero él lo sabe mejor, porque tiene que aumentar la dosis de la medicación una vez por mes. 

Lanza una carcajada áspera y los guardias se miran extrañados. Y sí, claro, el pelirrojo feo que tiene en frente también lo sabía mejor que nadie. 


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