Lo veo en pasado y desde
afuera. Con cada segundo me duele más la panza: tengo miedo. Me hago ilusiones
por no querer hacerme ilusiones y al final, el cerebro me termina jugando en
contra.
Es como antes. Mejor que
antes. Mejor que lo que fue siempre. Afuera escucho gente gritando, pero en
realidad no importa nada. Solo lo inmediato.
Me divierto y siento
que la estoy pasando bien pero al mismo tiempo sufro, porque sé que voy a
llegar a mi casa, me voy a tirar en la cama y voy a llorar por lo que pudo
haber pasado pero que no pasó. Este es un cuento que parece no tener final.
Estoy ahí, casi que lo
puedo tocar con las manos pero se desvanece en unos segundos. Es previsible
pero yo soy débil.
Llego a mi casa triste
y cansada, porque la historia se repite, porque quizás nunca pase lo que quiero
que pase, porque hay algo que nos nubla la vista y nos hace repetir a todos una
serie de mentiras dichas a la fuerza. Mentiras que por inercia ahora creemos
como verdades.
Esto que me pasa es una
desgracia de la que no puedo ni quiero escapar.
Es un problema sin
respuesta, porque volvería a mi casa triste y cansada todas las noches que me
quedan de vida, solo con tal de tener estos instantes sagrados.
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