9.5.13
Ella sigue viva
La mano reseca empuñando el revólver. El brazo consumido y la piel que sobraba sosteniéndose por una soga invisible. El cuerpo diminuto; el cuerpo imponente por ese revólver. El semblante serio, el ceño fruncido, la boca bien cerrada. Los ojos dispuestos. Eso fue todo lo que vio. ¿Se entiende? No era una persona que sostenía un arma apuntando hacia ella. Eran la mano, el brazo, la piel, el cuerpo, el semblante, el ceño, la boca, los ojos. Por separado y al mismo tiempo unidos en ese potencial de muerte.
“Me marcó, no lo puedo creer. El hijo de puta me mandó a marcar”, decía aquel hombre que ante sus ojos ya no era su compañero de toda la vida. Un criminal, sí, eso era. Un mentiroso. Y seguro que no la amaba. Sino no lo hubiera escondido. ¿Pero qué es lo que la enojaba tanto? ¿El hecho o la mentira? “Dormí con vos todas las noches de mi vida durante 10 años. No sé qué decís, si el hijo de puta sos vos. No puedo creer que me expusiste a eso. Ese viejo me mataba”, lo acusaba ella.
Era una noche cualquiera, volvían de comer con amigos y no hacía frío; se soportaba con un abrigo ligero. Hacía mucho tiempo que no salían y la pasaban tan bien. Pasaron por el quiosco. Era obligatorio comer un chocolate antes de decirse buenas noches, y casualmente se estaba acabando el que tenían en su mesita de luz.
Él le decía riéndose y mientras pagaba: “Yo todavía no puedo creer la cantidad de boludeces que dice este tipo. Y cómo me hace reír con todas esas boludeces”. Ella también reía. Tenían un gran grupo de amigos. Pensó en lo simple que era sentirse bien y en cómo la felicidad son micro-momentos y no estados indefinidos del alma.
Caminaron media cuadra y una camioneta negra embistió con toda hacia la calle que venían. Frenó unos metros más adelante que ellos. Se abrió la puerta de la derecha, salió un tipo bajito, con un traje que le quedaba grande. La apuntó con la mirada penetrante y con un revólver en la mano. Ella pegó un grito casi sordo, él la resguardó con su cuerpo. Ella le clavó las uñas en los brazos. Hubo un silencio desgarrador que pareció eterno. De la nada, el tipo se volvió a subir al auto y en tres segundos había desaparecido de su vista. El corazón se le estaba por salir del pecho.
La mano reseca empuñando el revólver. El brazo consumido y la piel que sobraba sosteniéndose por una soga invisible. El cuerpo diminuto; el cuerpo imponente por ese revólver. El semblante serio, el ceño fruncido, la boca bien cerrada. Los ojos dispuestos. Eso fue todo lo que vio. ¿Se entiende? No era una persona que sostenía un arma apuntando hacia ella. Eran la mano, el brazo, la piel, el cuerpo, el semblante, el ceño, la boca, los ojos. Por separado y al mismo tiempo unidos en ese potencial de muerte. Su muerte.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario