A veces me pongo a pensar en algunos hechos, acciones de personas, gestos... Y me vienen dudas, porque no se si son reales o no. ¿Cuál es el trasfondo de tanta bondad? O tanta maldad, para el caso. Es complicado escribirlo, se me hace imposible poner mis instintos en palabras, pero ayer en teatro el profesor dijo algo muy importante: es fundamental aprender a usar las palabras para explicar lo que nos pasa. No solamente para describir situaciones, anécdotas. Sino para realmente poder decir qué es eso que nos agobia, eso que nos humedece los párpados, eso que nos eleva las comisuras de los labios.
Entonces me acuerdo de otro profesor, el de Antropología, sin ningún motivo en particular. Y se me vienen a la cabeza los sentimientos. Posiblemente sea difícil determinar qué es lo que siente alguien más, pero de una cosa estoy segura, y es que los sentimientos propios son reales. Se los puede ocultar, camuflar, evitar. Se puede mentir sobre ellos, se puede hacer una burla a uno mismo, se pueden negar. Pero que siguen estando... siguen estando.
Y si uno los dos párrafos anteriores, palabras + sentimientos, se puede llegar a dar algo realmente increíble: admitiendo que se siente algo, y encontrando la palabra adecuada para ese torbellino interior de emociones, los sentimientos se vuelven controlables, o al menos manejables en cierta forma; y así se llega al equilibro.
Me acerco la remera a la cara y todavía puedo sentir un aroma que me lleva al pasado. Y entonces pienso que sí, definitivamente, negar lo que siento sería estar ciega.
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