25.4.11

Every rose has its thorn

“Lo peor que pueden hacer es dejar que los invada la tristeza”- leyó. ¿Y qué pasaba si la tristeza ya la había tomado por completo como un cáncer terminal, yendo desde el sentimiento más feo y doloroso de su existencia y filtrándose hasta en el detalle más insignificante de su corta vida?  Lo cierto era que su rendimiento artístico mejoraba casi en un 200% cuando estaba en un estado de ánimo tan gris, entonces disfrutaba de su pena, si es que es válido el oxímoron.
Deambulando por los pasillos de sus pensamientos, con cada esquina que se encontraba sentía que no podía mas; sin embargo hacia un giro de noventa grados y seguía caminando hasta donde el camino la llevara. Generalmente esas paredes sombrías que la rodeaban desembocaban en un infinito e inabarcable negro.
Apagón.
Y una voz en off que presentaba el siguiente acto y que viene el próximo round, que ya se levanta, que si, que no, que no, que no, que no… Y de pie nuevamente. Pero la mayoría eran caídas; se volvía casi imposible verle el lado bueno a tantas desgracias. Su teoría era que no había lado bueno, no creía en ese estúpido balance chino de que en todo lo negro hay blanco, pero de lo que estaba segura era que en todo lo blanco había una mancha negra. Se las ingeniaba siempre para que algo le amargara el día, entonces se sentaba a fumar en el balcón y daba pinceladas salvajes de un lado a otro, como si peleara a muerte con el lienzo que se le enfrentaba.
Después de aquellos arrebatos de furia productivos se tiraba en el sillón manchado de acuarelas pasteles y se dormía bajo los efectos de somnolencia de los baldes de pintura que la rodeaban. Se despertaba a la madrugada, con una resaca multicolor; y observaba detenida y maravilladamente el cuadro terminado en frente suyo, sin poder entender cómo es que una vez más lograba algo tan bello inspirado en todo tan triste.
Entonces lo presentaba y recibía halagos y ofertas y aplausos y todo el honor, y sonreía por cortesía a quienes la rodeaban; hablaba con aquellos que se jactaban de ser sus amigos sin realmente serlos, porque creían ver un sol en ella, sin saber que en su verdadera vida había tormentas todos los días.
Era cíclico. Las cosas no cambiaron ni cambiarían nunca.
Lo que jamás entendió fue el poder del bien por sobre el mal. La existencia de ese blanco resaltando en lo negro, la presencia constante de una luz en cada uno de nosotros. Vivió por y para el arte sin conocer ni una porción de la felicidad; murió sin realmente vivir y no le dio ni el tiempo de arrepentirse.

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