Mis libros preferidos eran los de
la editorial Panflauta. Flaquitos, venían en magenta, negro, verde o naranja
según la edad, con historias distintas porque los escritores eran todos
distintos. Aprendí a leer con ellos, encontré el valor de las palabras en esas
páginas, los guardé en mi biblioteca durante muchos años.
Pero mi biblioteca se expande, y
empiezan a ocupar lugar libros monumentales, clásicos, no tan clásicos y más. Los de Panflauta- me doy
cuenta- ya no suman nada. Solo queda el recuerdo.
Duele sacarlos de su pedestal, pero tampoco encuentro el espacio para dejarlos. Mi biblioteca es quien soy, y ya no soy
más la chica que recién aprende a leer. Ahora entiendo de qué se trata madurar.
Les tengo cariño, pero ya no pueden tener más un rincón privilegiado ni pueden competir
con los demás.
El cliché dice que tenemos que
dejar ir a lo que amamos, y yo digo que hay que tener coraje para archivar en
un cajón los libros que nos quedan chicos.