Me encontré con unos peruanos a
los pies de tu tumba, y me preguntaron si era pariente tuya. “Del maestro”, se
refirieron. Sonreí y negué con la cabeza. Cómo me gustaría saber mentir mejor. Pasa
que me encontraron sentada con la mirada fija en tu nombre. No sé si me
escuchaste, pero te estaba confesando mi amor.
“Es un hombre muy querido, mucha
gente lo visita. Y venía seguido por acá. Yo lo conocí una vez. ¡Era tan alto! Un
tipo muy simpático. Pero lo vi solo una vez, hace más de 30 años…”. Eso dice un desconocido parado al lado mío. Ya olvidé en qué idioma.
Uno de los peruanos saca un
cepillito de lavar de su bolsillo y se pone a buscar algo.
-Aquí detrás de esta tumba hay un bidón.
-Bueno que me permita el señor… Ducart, que en la muerte todos compartimos todo.
-Aquí detrás de esta tumba hay un bidón.
-Bueno que me permita el señor… Ducart, que en la muerte todos compartimos todo.
Agarra el bidón y tira el agua
sobre el mármol blanco. Con el cepillo se pone a limpiar los mensajes de
quienes no encuentran otra forma de agradecerte: “Gracias por enseñarme a subir
una escalera”, “qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos”, “después
de ti me he quedado en un eterno abril”, “gigante de América Rayuela de luz”.
"¿Cómo van a profanar así una tumba? Los jóvenes
de hoy han perdido el respeto".
Yo solamente sonrío y asiento con
la cabeza, pero en realidad le quiero decir que no importa lo que se ve desde
afuera, no importa si tu tumba es horrible o si está toda escrita. Lo que
importa es la esencia, el contenido, lo que representa. Lo que importan son los
cronopios y las famas (o bueno las famas no tanto) y Alina Reyes y La Maga y El Club de la Serpiente y
las babas del diablo y Luc y la señorita en París y Delia Mañara y el axolotl y
el sillón de espaldas a la puerta mirando a la ventana y el accidente de moto
que terminó boca arriba en un ritual indígena y los seis Félix elegidos en la
OCLUSIOM y el oso de las cañerías y todas las instrucciones que nos dejaste
sobre cómo realizar las más simples tareas.
Importa que le conté sobre vos a
mi abuelo, que creía no interesarle tu locura, y se vio atrapado en ella al
igual que yo, con 70 años. Lo que importa es que te conocí cuando yo tenía 15 y sentí que
me pegaban un tiro en la frente cuando leí Casa Tomada.
Les saqué foto a los peruanos,
ellos me sacaron foto a mí. En realidad, no tiene importancia. ¿Cuál es la
gracia de tener una foto al lado de una piedra que tapa a un cadáver? Nada, no
tiene ninguna gracia. Me sentí más cerca tuyo leyendo Rayuela.
No me interesa mucho quién fuiste
o cómo viviste, si eras verdaderamente argentino de corazón o no. Solo me importa
todo lo que nos dejaste; lo que me dejaste.
Por ahora, a vos te dejo esto. Y allá
en Montparnasse te dejé una flor amarilla cualquiera. Estoy condenada, yo me
voy a morir un día para siempre, como vos. Pero mientras tanto, qué linda es esta vida con tu literatura .