Está sentada en la arena húmeda con la cabeza apoyada en el
hombro de su amiga. Tiene puesto un vestido blanco de fiesta que se le está
ensuciando, pero no le importa. Su vaso de cerveza tibia y sin gas descansa a
un costado. En el cielo explotan algunos petardos, algunos solos, otros en
cadena. Son intermitentes desde hace 4 horas, cuando el sol empezaba a irse. Unos pocos
echan chispas después de callarse, son estrellitas extinguiéndose. Como tapado con
almohadón, ambas sienten resonar el suelo de música latina a lo lejos, hacia
atrás. Clara empieza a escupir una risa seca, entrecortada.
“¿De qué te reís?”
“Del palo borracho de
mi vieja. ¿Te acordás? Ese que nunca supimos si lo que tenía adentro eran
caracoles o arroz, que cuando lo girabas parecía ruido de lluvia”
“Sí, me acuerdo”
“Bueno. Olvidate de la
música y tratá de sentir las olas con los ojos cerrados. Es eso. Mucho más que
ruido de lluvia”
Ambas se quedan a ciegas escuchando cómo las olas rompen y se
deshacen cerca de sus pies.
La gente que está atrás grita a cada rato, todos juntos
gritan, como festejando un gol o festejando que una pelota de ping pong entró
en un vaso.
Ellas siguen sin decirse nada, de a poco van abriendo los
ojos en medio del silencio cercano y el caos que las persigue y les toca la
espalda. El caos siempre las persigue y les toca la espalda, ellas lo saben,
pero siempre quedan al borde, en el abismo, a punto de caer pero sin morir,
juntas. El agua les ruge cuando se acerca pero cuando está llegando la espuma
se deshace y se disuelve.
“Parece gas. Como de
cuando abrís una Coca muy batida”
“Para mí es más tipo
champagne”
“No me hables de
alcohol que largo todo”
Se ríen sin sonido. Quieren seguir sintiendo el mar en sus
venas y el olor a sal en su nariz.
Clara mira la hora de su teléfono y suspira. Una vez más,
están por saltar al vacío simbólico de un nuevo momento en sus vidas, juntas.
Son años y años de vivir lo mismo, del ritual inexorable y mentiroso pero
intenso, feliz, abrumador.
“En cualquier momento”.
Ambas miran al cielo y su infinitud. Su luz se duerme y se enciende. Atrás se escuchan gritos entonados.
“Diez. Nueve. Ocho,
siete, seis. Cinco, cuatro…”
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